Cenicienta (2ª versión)
Había una vez un hombre muy rico que tenía una mujer y
una hija; pero la mujer enfermó y cuando vio que iba a morir, llamó a su hija
y le dijo:
-Me voy al cielo, hija mía. Tú sigue siendo buena y Dios te ayudará; yo
también velaré por ti desde el cielo y te estaré mirando.
Y entonces la mujer cerró los ojos y murió.
La niña iba todos los días a la tumba de su madre, y se acordaba de ella y
lloraba. Continuó siendo buena y rezaba lo que su madre le había enseñado.
Llegó el invierno, cayó mucha nieve y tapó como una blanca sábana la
tumba de la madre. Y luego salió el sol en primavera, la nieve se derritió y
el hombre rico se casó de nuevo.
La nueva mujer del hombre rico llevó a su casa a sus dos hijas. Eran
bastante guapas por fuera pero ¡qué corazones más feos tenían! La pobre
niña huérfana comenzó a pasarlo muy mal. Sus hermanastras le decían:
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-Pero, ¿esta tonta se va a pasar el día en la sala con nosotras? ¡Fuera!
¡A la cocina! ¡Si quiere comer, que trabaje!
Le quitaron a la niña el traje bonito que llevaba; le pusieron un delantal
viejo y gris. Le quitaron los zapatos y le dieron zuecos de madera. Y luego se
reían de ella, la empujaban y gritaban:
-¡Miren a la princesa, qué elegante va!¡A la cocina, a la cocina!
La pobre niña se quedó en la cocina. Todo el día tenía que trabajar:
cargar el agua, encender el fuego, guisar, lavar...
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Y las hermanastras se burlaban siempre de ella, y arrojaban al fuego los
frijoles y las lentejas para que tuviera que recogerlos uno por uno. Y por la
noche, cuando ya estaba cansadísima, no la dejaban dormir en su cama, sino que
la obligaban a echarse en la ceniza de la cocina. Y claro, se ponía sucia con
la ceniza y empezaron a llamarla Cenicienta.
Una vez, el padre iba de viaje a otra ciudad. Y preguntó a sus hijastras
qué regalos querían. Una de ellas dijo:
-Tráeme hermosos vestidos.
La otra pidió:
-Yo quiero perlas y brillantes.
El padre preguntó luego a Cenicienta:
-¿Tú qué quieres, hija?
-Padre, yo sólo te pido que me traigas la primera rama de avellano que te
toque el sombrero, cuando vayas por el camino del bosque.
El hombre compró los vestidos bonitos, las perlas y los brillantes para sus
hijastras; y cuando ya venía de regreso por el bosque, al pasar debajo de unas
matas, le rozó en el sombrero una ramita de avellano.
El hombre cortó la ramita; al llegar a su casa, dio a sus hijastras los
regalos que les había comprado y a Cenicienta le dio la ramita.
Cenicienta fue a la tumba de su madre y plantó allí la ramita de avellano;
y como lloraba mucho todos los días acordándose de su madre, las lágrimas
regaban la rama que creció y creció, convirtiéndose en un árbol.
Cenicienta iba tres veces al día a la tumba de su madre; se ponía debajo
del árbol, lloraba y el árbol crecía un poco; lloraba un poco más y el
árbol crecía un poco más.
Y había un pájaro blanco que salía de las ramas del árbol cuando veía a
Cenicienta, y si la niña le pedía alguna cosa, el pájaro se la traía en el
pico y se la echaba.
Un buen día el rey de aquellas tierras hizo preparar una gran fiesta.
Quería que su hijo conociera a las doncellas de su reino para que escogiera
novia. Las dos hermanastras se pusieron muy contentas al
saber lo de la fiesta, y llamaron a Cenicienta y le dijeron:
-¡Corre! ¡Péinanos! ¡Límpianos los zapatos que vamos a la fiesta en el
palacio del rey!
Cenicienta obedeció pero estaba muy triste porque ella también quería ir a
la fiesta; se lo dijo a la madrastra pero ésta se echó a reír:
-¡Vaya con esta niña! ¿Quieres ir a la fiesta del rey con lo sucia que
estás? ¿Cómo vas a ir a bailar si no tienes vestido ni zapatos?
Pero Cenicienta seguía pidiendo permiso para ir a la fiesta, y la madrastra
le dijo:
-Bueno, voy a tirar esta fuente de lentejas a las cenizas. Si eres capaz de
limpiarlas y recogerlas antes de dos horas, podrás ir a la fiesta.
Entonces Cenicienta salió al jardín y llamó a sus amigos los pájaros:
¡Palomitas blancas! ¡Tortolitas!
¡Pajarillos de los cielos!
¡Ayúdenme a recoger las lentejas!
¡Las malas a un lado,
las buenas, al punchero !
Y entonces llegaron volando dos palomas blancas, una tórtola y muchos
pajaritos, se posaron en la ventana de la cocina, y luego entraron y con sus
picos empezaron a recoger las lentejas de las cenizas y ponían las malas a un
lado y las buenas en el puchero. Antes de una hora ya estaban las lentejas en su
sitio.
La joven llevó a su madrastra el puchero lleno de lentejas y pensaba que
podría ir a la fiesta, pero la madrastra dijo:
-No te hagas ilusiones. No tienes vestidos y no sabes bailar. Se reirán de ti.
Cenicienta se echó a llorar y entonces la madrastra dijo:
-Bueno, pues si sacas de la ceniza dos fuentes de lentejas que voy a echar y
las escoges bien antes de dos horas, podrás ir a la fiesta.
Y por dentro pensaba aquella mala mujer: "Cenicienta se pasará muchos
días escogiendo las lentejas."
Fue a la cocina y tiró a la ceniza dos fuentes de lentejas.
Cenicienta salió otra vez al jardín y llamó a los pájaros:
¡Palomitas blancas, amigas tórtolas,
pajaritos del cielo!
¡Vengan a ayudarme!
¡Las malas un lado,
las buenas, al puchero!
Y por la ventana de la cocina entraron dos palomas blancas, una tortolita y
muchos pajaritos; venían cantando y se pusieron a picotear entre la ceniza, y
apartaban las lentejas, echando las buenas al puchero. Antes de media hora ya
estaba el trabajo terminado. Y se marcharon volando. Y la niña llevó el
puchero lleno de lentejas a su madrastra; iba muy contenta porque pensaba que
esta vez la dejarían ir al baile.
Pero aquella mujer tan mala dijo:
-Nada, nada. No te dejo ir. Ni tienes vestido ni sabes bailar y nos daría
vergüenza ir contigo.
Y la mujer se marchó a la fiesta con sus dos hijas.
Entonces fue Cenicienta a la tumba de su madre, se puso debajo del avellano y
dijo:
¡Muévete avellano, muévete tesoro,
arroja sobre mí tu plata y tu oro!
Y el árbol se movió y el pajarillo que estaba en las ramas dejó caer sobre
Cenicienta un vestido y unos zapatos de seda, oro y plata.
Cenicienta se vistió en seguida, y se fue a la fiesta del rey. Estaba tan
hermosa que ni su madrastra ni sus hermanastras la reconocieron, y creían que
era alguna princesa de otras tierras. Pensaban que Cenicienta estaba en la
cocina de la casa recogiendo lentejas de la ceniza. Y el
hijo del rey, al ver a Cenicienta, se acercó a ella y la sacó a bailar y ya no
quiso en toda la noche estar con nadie sino con ella y les decía a las otras
muchachas que querían bailar con él:
-Lo siento, pero mi pareja es ésta.
Cenicienta se pasó la noche bailando con el hijo del rey; y cuando era ya
muy tarde y quiso volver a su casa, el príncipe le dijo:
-Yo te acompañaré.
Él quería saber dónde vivía esa joven tan hermosa; pero ella se escapó
corriendo y se escondió en el palomar de su casa. Y el padre de la niña
pensó: "¿Será Cenicienta?" Le trajeron un hacha, tiró abajo el
palomar pero no había nadie dentro.
Cuando la madrastra y sus hijas regresaron a casa, encontraron a Cenicienta
dormida en la cocina con el delantal viejo y gris. La joven había saltado por
detrás del palomar, había ido al cementerio, se había cambiado el vestido de
oro y plata y el pajarillo lo había recogido. Luego había vuelto a la cocina
con su delantal viejo y gris.
Al día siguiente, como había otro baile, los padres y las hijastras se
fueron al palacio; Cenicienta fue a la tumba de su madre y dijo al avellano:
¡Muévete avellano, muévete tesoro,
arroja sobre mí tu plata y tu oro!
El árbol se movió y el pájaro le dejó caer un vestido todavía más
bonito.Cuando Cenicienta entró en el baile, todo el mundo se quedó asombrado
al verla, y el príncipe, que la estaba esperando, la llevó de la mano a
bailar; si se acercaban otras a bailar con él, decía:
-Lo siento, pero ésta es mi pareja.
Llegó la noche, Cenicienta quiso volver a su casa, pero el príncipe quería
ir con ella para saber donde vivía.
Cenicienta echó a correr y se escondió en el jardín, detrás de la casa;
allí había un árbol grande que tenía unas peras enormes.
Cenicienta trepó al árbol, se escondió entre sus ramas y el príncipe no
la pudo encontrar. Entonces él esperó a que llegara el padre de la joven y le
dijo:
-Esa muchacha tan hermosa ha desaparecido y me parece que está en las ramas
de ese peral.
El padre pensó: "¿Será Cenicienta?" Y mandó que le llevaran el
hacha y tiró el árbol; pero no había nadie entre sus ramas.
Cuando llegaron su mujer y las hijastras vieron a Cenicienta durmiendo en la
cocina sobre la ceniza y es que había bajado del peral por el otro lado y
había llevado el vestido del baile al pajarillo y se había puesto su viejo
delantal gris.
El tercer día, en cuanto se marcharon a la tercera fiesta los padres y las
hijastras, Cenicienta volvió a la tumba de su madre y dijo al arbolito:
¡Muévete avellano, muévete tesoro,
arroja sobre mí tu plata y tu oro!
Y esta vez el pajarillo echó un traje tan precioso y tan brillante, que
nunca se había visto cosa igual y le dio también unos zapatos de oro. Cuando
Cenicienta entró en la fiesta, la gente no sabía qué decir, de lo hermosa que
estaba. Y el hijo del rey sólo quiso bailar con ella, y si se acercaban las
demás él decía:
-Lo siento pero mi pareja es ésta.
Llegó la noche y Cenicienta tenía que marcharse; el príncipe la quiso
acompañar y la niña se echó a correr. Pero al príncipe se le había ocurrido
una idea muy buena: había mandado poner resina en la escalera y a Cenicienta se
le quedó uno de los zapatitos pegado a un escalón. Era un zapato muy pequeño.
El príncipe, lo guardó, y al otro día se lo enseñó a su padre y le dijo:
-Sólo me casaré con la joven que pueda calzarse este zapato.
Y fueron probando el zapato a todas las muchachas de aquel reino; cuando
llegaron a casa de Cenicienta las hermanastras se pusieron muy contentas porque
tenían el pie pequeño. La mayor cogió el zapato, se lo quiso probar pero no
le cabía el dedo gordo del pie. Entonces la madre dijo:
-Toma este cuchillo y ¡córtate el dedo! Cuando seas reina no tendrás que
andar a pie.
La hija se cortó el dedo, metió el pie en el zapato, se aguantó el dolor y
salió a ver al príncipe; el príncipe la montó en su caballo pero al pasar
por delante de la tumba de la madre de Cenicienta, dos palomas que estaban en el
avellano, comenzaron a cantar:
¡Ruc, ruc, rucururato!
¡Tiene sangre en el zapato!
Mira, príncipe, qué pasa,
tu novia aún está en casa.
El príncipe miró y vio la sangre que salía del zapato; comprendió la
trampa y llevó a la falsa novia a su casa. Entonces, la segunda hijastra se
metió a su cuarto a probarse el zapato pero no le cabía el talón .Y su madre
le dio un cuchillo y le dijo:
-¡Córtate un pedazo de talón! Cuando seas reina no tendrás que caminar.
Su hija se cortó un trozo de talón, metió el pie en el zapato, se aguantó
el dolor y salió a ver al príncipe. Y él la montó en su caballo y echaron a
andar, pero cuando pasaron por delante de la tumba, las dos palomas del avellano
comenzaron a cantar:
¡Run run rucururato!
¡Tiene sangre en el zapato!
Mira, príncipe, qué pasa,
tu novia aún está en casa.
El príncipe miró, vio la sangre que salía del zapato, y volvió a la casa
con la falsa novia y dijo:
-Tampoco es ésta la joven que yo buscaba. ¿Acaso no tienen otra hija?
-Pues no -dijo el padre-. Sólo tengo una niña que me dejó mi primera
mujer, pero es una pobre niña pequeña y sucia que no puede ser la novia.
-No importa, quiero verla -dijo el príncipe.
Pero la madrastra protestó:
-¡No! ¡No! Esa muchacha está muy sucia y no se la puede ver.
-No importa, quiero verla -dijo el príncipe.
Entonces llamaron a Cenicienta y ella se lavó de prisa la cara y las manos y
salió a probarse el zapatito de oro. Y el zapatito le quedó muy bien.
Cenicienta levantó la cabeza y miró al príncipe, él entonces la
reconoció y dijo:
-¡Ésta es la niña que buscaba!
La madrastra y sus hijas se pusieron blancas de rabia y el príncipe montó a
Cenicienta en su caballo y la llevó a palacio. Cuando pasaron por delante de la
tumba de la madre, las palomas del avellano empezaron a cantar:
Ruc, ruc, rucururato...
¡Ya no hay sangre en el zapato!
¡Hijo del rey, la tercera ...
es la novia verdadera!
Y luego las palomas se posaron en los hombros de Cenicienta una sobre el
hombro derecho y otra sobre el izquierdo.
Y cuando se iba a celebrar la boda, llegaron las hermanastras haciendo mil
sonrisas para que les hicieran caso a ellas también. Una se puso a la derecha y
otra a la izquierda de Cenicienta, entonces las palomas sacaron con el pico un
ojo a cada hermanastra.
Y al salir de la iglesia, las hermanastras volvieron a ponerse cada una a un
lado de Cenicienta y las palomas les sacaron el otro ojo. ¡Vaya con las
palomitas! Pero es que tenían que castigar a las hermanastras por haber sido
tan malas y por haber tenido mal corazón.
(Versión y recopilación de Marinés
Medero, De maravillas y encantamientos LOS LIBROS DEL RINCÓN)
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