LA HERMANITA Y LOS LADRONES Había una vez una posadera muy bonita. A todos los que acudían a hospedarse les preguntaba si habían visto otra cara tan bonita como la suya. Y todos decían lo mismo: que todavía no la habían visto. Pues un día se casó y tuvo una hija. Y conforme iba creciendo, los huéspedes decían que, si no se estropeaba, había de ser más bonita que su madre. Escondió, entonces, a la niña en un cuarto y no consentía ni que el padre la viera. -Mira que no ver nunca a mi hija... -Y un domingo pensó-: ·Pues hoy voy a decir que voy delante y me voy a esconder». Y le dijo a su mujer: -Mira, yo me voy a adelantar, que siempre llegamos los últimos y tenemos que quedarnos atrás del todo, y a mí no me luce la misa. Hizo como que se iba, se escondió detrás de la puerta y, así que salió la mujer y cerró la puerta, él se quedó dentro. Al quedarse todo en silencio, salió la muchacha a comer. Cuando la vio tan guapa, dijo: -Con razón no quería que la viera. Ya vino de misa la madre... -¿Pero dónde te has metido que no te he visto? Toda la misa buscándote y no te he visto. -Pero si, cuando yo llegué, ya estaba la iglesia llena y he tenido que estar en lo último del todo. Y siempre que se sentaban a la mesa, le preguntaba al marido: -¿Qué cara es más bonita, la mía o la de tu hija? Y claro, como él nunca la veía, solía responder: -La tuya. Pero aquel día, como ya la había visto, dijo: -La de mi hija. -¿Sí? Pues ya no la vas a ver más. Buscó a dos hombres para que se la llevaran a la sierra, la mataran y, como prueba, le trajeran el corazón. Se la llevaron muy lejos, la pusieron para matarla, apuntaron y... dijo uno: -¡Que yo no la mato! Que a mí no me ha hecho nada, y, como no me ha hecho nada, yo no la mato. Y dijo el otro: -Pues es que tenernos que hacerlo; es lo primero que nos ha dicho. -Pues hazlo tú. Se puso el otro a apuntarla y... dijo que tampoco. Ya, a un perro que llevaban lo mataron y le sacaron el corazón. Y se lo llevaron a la madre. A la muchacha se le hizo de noche y se metió en el tronco hueco de una carrasca. Y ya, cuando salió el sol, vio a doce ladrones que salían de una cueva. -Pues no tengo más remedio que ir a la cueva a buscar algo que comer; si no, me muero. Y así que vio que traspusieron un morro, ella salió y se fue a la cueva. Les barrió, les puso su guisado, les hizo las camas y comió. Y luego se fue. Cuando llegaron los ladrones y vieron la cueva... -¡Aquí ha habido gente! -¿Yo guisado de éste? ¡Y que esté envenenado! Yo no como. -Y ni lo tocaron. Al otro día, lo mismo: a la salida del sol, los cuenta... -Pues nada, se van todos. E hizo igual. Cuando vieron que aquel día estaba también la cueva ordenada, dijeron: -Aquí es que pasa alguien todos los días. Mañana hay que quedarnos uno. Y dijo el capitán: -Mañana me voy a quedar yo. A la salida del sol, los cuenta: -... Hoy falta uno. Mira que si me he equivocado... Nada, no tengo más remedio que ir. Estuvo barriendo, haciendo las camas, poniéndoles el guisado... Y el capitán viéndola. Así que comió, dijo: -Ya tengo que irme. Y entonces, salió el ladrón y le dijo: -¡Ah!, pues no te vas a ir; ahora te vas a quedar aquí. Cuando vinieron los demás ladrones y la vieron tan guapa, todos la querían. Dijo el capitán: -¡Eh! Aquí que no sienta yo una palabra más alta que otra. A ésta tenéis que tratarla como hermana nuestra. Y todos tan contentos: ella les hacía la casa y ellos todo lo que pillaban era para su hermanita. Pero la madre, como no quedó convencida, a todos los que iban a la posada les hacía la pregunta: -¿Ha visto una cara tan bonita como la mía? Y todos decían: -No. Pero un día, un arriero pasó por la orilla de la cueva y estaba la muchacha cosiendo a la puerta. Cuando la vio no pudo por menos que exclamar: -¡Vaya una mujer guapa! Y dio la casualidad de que fue a parar a la posada. Y en cuanto la posadera le hizo la pregunta, dijo: -Pues sí, señora, sí que he visto una cara más bonita. De camino para acá, a la puerta de una cueva, estaba sentada. Y ella pensó: «Mi hija es.» Y mandó a una bruja a ver si podía matarla. Cuando llegó la bruja aquella, se estaba ella peinando a la puerta. -Ven acá, hija mía, que yo te peine. -No, señora. Si yo, si no pudiera peinarme, tengo a mis hermanos que me peinarían; pero yo puedo hacerlo. -Anda, trae que te peine. Ya tanto la cansó, que se dejó. Y conforme la vieja le iba pasando el peine, le hincó una agujilla en la cabeza y cayó muerta. Cuando vinieron los hermanos y la vieron allí en la puerta muerta, ¡qué duelo!, uno lloraba por un lado, otros lloraban por otro. Y ya que se serenaron, acordaron hacerle una ermita de cristal junto al camino real para que todo el que pasara viera cómo parecía una virgen. Un día, estaba el hijo del Rey paseándose y la vio. -Pero ¿Y esa capilla?. Si estos días de atrás no estaba. Voy a ver. A los ladrones se les olvidó echar la llave, y el caballo, con la cabeza, abrió la puerta. Entró el Príncipe: -Pero si parece de chicha. Yo lo que voy a hacer va a ser montarla en mi caballo y llevármela. Se la llevó a palacio Y la metió en su habitación sin saberlo nadie. Y decía la moza de arreglarle la habitación y él contestaba: -No, si antes de yo salirme ya la arreglaré. - Y no dejaba nunca que entrara allí. Ya le dijo la moza a la Reina: -Pues, mire usted, que su hijo no me deja que entre en su habitación. Yo no sé lo que tendrá, nada más que yo qué sé el tiempo que lleva sin arreglar. La Reina tenía otra llave y se la dio para que abriera y pudiera arreglarla. Fueron varias y lo primero que encontraron la muchachita muerta. Y, claro, todas empezaron: -¡Ay!, pero si parece de chicha. -¡Oh!, pero qué pelo tiene. Hasta que ya, tanteándola así... -Si parece que aquí tiene un bulto. ¡Si es una agujilla! Estiraron y, al sacarle la agujilla, revivió. - ¡Madre mía, así que venga el hijo del Rey...! La sacaron de la habitación y cuando regresó el hijo del Rey, dijo que quién había estado en su habitación. ¡Cuando ya se 1a sacaron! ¡tan guapa como era!... Dijo: -Esto es lo que yo buscaba. Ya le dijo a los padres que quería casarse con ella, y se casaron. |