LA PENITENCIA DE DON RODRIGO

Después que el rey don Rodrigo

a España perdido había,

íbase desesperado

por donde más le placía.

Métese por las montañas,

las más espesas que vía,

porque no le hallen los moros

que en su seguimiento iban.

Topado ha con un pastor

que su ganado traía;

díjole: - Dime, buen hombre,

lo que preguntarte quería,

si hay por aquí poblado

o alguna casería

donde pueda descansar,

que gran fatiga traía?

El pastor respondió luego

que en balde la buscaría,

porque en todo aquel desierto

sola una ermita había,

donde estaba un ermitaño

que hacía muy santa vida.

El rey fue alegre desto

por allí acabar su vida.

Pidió al hombre que le diese

de comer, si algo tenía;

el pastor sacó un zurrón

que siempre en él pan traía;

diole dél y de un tasajo

que acaso allí echado había.

El pan era muy moreno

al rey muy mal le sabía;

las lágrimas se le salen,

detener no las podía

acordándose en su tiempo

los manjares que comía.

Después que hubo descansado

por la ermita le pedía;

el pastor le enseñó luego

por donde no erraría.

El rey le dio una cadena

y un anillo que traía:

joyas son de gran valor

que el rey en mucho tenía.

 

Comenzando a caminar,

ya cerca el sol se ponía,

llegado es a la ermita

que el pastor dicho le había.

El, dando gracias a Dios,

luego a rezar se metía;

después que hobo rezado

para el ermitaño se iba:

hombre es de autoridad,

que bien se le parescía.

Preguntóle el ermitaño

cómo allí fue su venida;

el rey, los ojos llorosos,

aquesto le respondía:

-El desdichado Rodrigo

yo soy, que rey ser solía; véngome a hacer penitencia

contigo en tu compañía;

no recibas pesadumbre,

por Dios y Santa María.

El ermitaño se espanta:

por consolallo decía:

- Vos cierto habéis elegido

camino cual convenía

para vuestra salvación,

que Dios os perdonaría.

El ermitaño ruega a Dios

por si le revelaría

la penitencia que diese

al rey que le convenía.

Fuele luego revelado,

de parte de Dios, un día,

que le meta en una tumba

con una culebra viva,

y esto tome en penitencia

por el mal que hecho había.

El ermitaño al rey,

muy alegre se volvía;

contóselo todo al rey

como pasado le había.

El rey, de esto muy gozoso,

luego en obra lo ponía.

Métese como Dios manda,

para allí acabar su vida;

 

el ermitaño, muy santo,

mírale al tercero día.

Dice: -,Cómo os va, buen rey?

¿Vaos bien con la compañía?

- Hasta ahora no me ha tocado

porque Dios no lo quería;

ruega por mí, ermitaño,

porque acabe bien mi vida.

El ermitaño lloraba,

gran compasión le tenía;

comenzóle a consolar

y a esforzar cuanto podía

Después vuelve el ermitaño

a ver ya si muerto había;

halló que estaba rezando

y que gemía y plañía.

Preguntóle cómo estaba:

-Dios es en la ayuda mía

- respondió el buen rey Rodrigo-,

la culebra me comía;

cómeme ya por la parte

que todo lo merecía,

pordonde fue el principio

de la mi muy gran desdicha.

El ermitaño lo esfuerza,

el buen rey allí moría.

Aquí acabó el rey Rodrigo,

al cielo derecho se iba.

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