He aquí a doña Jimena   que con sus hijas va llegando;
dos dueñas las traen   a ambas en sus brazos. 
Ante el Campeador doña Jimena   las rodillas ha hincado.
Lloraba de los ojos,   quiso besarle las manos: 
«¡Ya Campeador,   en hora buena engendrado,
«por malos intrigantes   de Castilla sois echado! »

«Ay, mi señor,   barba tan cumplida, 
«aquí estamos ante vos   yo y vuestras hijas, 
«(muy niñas son   y de pocos días), 
«con estas mis damas   de quien soy yo servida. 
«Ya lo veo   que estáis de partida, 
«y nosotras y vos   nos separamos en vida. 
«¡Dadnos consejo,   por amor de Santa María!»
Alargó las manos   el de la barba bellida, 
a las sus hijas   en brazos las cogía, 
acercólas al corazón   que mucho las quería. 
Llora de los ojos,   muy fuertemente suspira:
« Ay, doña Jimena,   mi mujer muy querida, 
«como a mi propia alma   así tanto os quería. 
«Ya lo veis   que nos separan en vida, 
«yo parto y vos   quedáis sin mi compañía.
«Quiera Dios   y Santa María, 
«que aún con mis manos   case estas mis hijas, 
«y vos, mujer honrada,   de mí seáis servida».

 

Por Castiella se va   oyendo el pregón,
cómo se va de tierra   mío Cid el Campeador;
unos dejan casas   y otros, honor.
En ese día   en el puente de Arlanzón
ciento quince caballeros   todos juntados son;
todos demandan   por mío Cid el Campeador.

 

El día es salido,   la noche quería entrar,
a sus caballeros   mandólos todos juntar:
«Oíd, varones,   no os dé pesar;
«poco dinero traigo,   vuestra parte os quiero dar. 
«Tened en cuenta   cómo os debéis comportar: 
«mañana temprano   cuando los gallos cantarán, 
«no perdáis tiempo,   los caballos ensillad; 
«en San Pedro, a maitines   tañerá el buen abad,
«nos dirá la misa   de Santa Trinidad;
«dicha la misa,   tendremos que cabalgar,
«pues el plazo se acerca   y mucho hemos de andar». 
Como lo manda mío Cid   así todos lo harán.
Hecha la oración,   la misa acabada ya,
salieron de la iglesia,    ya quieren cabalgar.
El Cid a doña Jimena    la iba a abrazar;
doña Jimena al Cid   la mano le va a besar,
llorando de los ojos   que ya no puede más.
Y él a las niñas   volviólas a mirar:
«A Dios os encomiendo,   nuestro Padre espiritual, 
«ahora nos separamos,   ¡Dios sabe el ajuntar! 
Llorando de los ojos   con un dolor tan grande, 
así se separan   como la uña de la carne.