BATALLA
Abrieron las puertas, afuera salen ya; los ven las avanzadas, a sus huestes van a avisar. ¡Con qué prisa los moros se comienzan a armar; ante el ruido de los tambores la tierra quería quebrar; vierais armarse a los moros, aprisa entrar en haz En la parte de los moros dos grandes enseñas van, y los otros pendones, ¿quién los podría contar? Las haces de los moros comienzan a avanzar hacia mío Cid y los suyos, para irlos a atacar. «Estad quietas, mesnadas, aquí en este lugar, «nadie salga de filas hasta que lo oigáis mandar». Aquel Per Bermúdez no se pudo aguantar; la enseña tiene en la mano, comenzó a espolear: «¡El Criador nos valga, Cid Campeador leal! «Voy a meter vuestra enseña en medio del mayor haz; «veremos estos caballeros cómo la protegerán». Dijo el Campeador: «¡No lo hagáis, por caridad» Repuso Per Bermúdez: «¡Ya veréis como se hará!» Espoleó al caballo, lo metió en mayor haz. Los moros lo reciben, la enseña vanle a quitar, le dan grandes golpes no le pueden derribar. Dijo el Campeador: «¡Valedle, por caridad!»
Embrazan los escudos ante sus corazones,
enristran las lanzas, envueltos los pendones,
inclinaron las caras encima de los arzones,
íbanlos a atacar con fuertes corazones.
A grandes voces llama el que en buena hora nació:
«¡Atacadlos, caballeros, por amor del Criador!
«¡Yo soy Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador!»
Todos atacan al haz donde está Per Bermudoz.
Trescientas lanzas son, todas llevan pendón;
trescientos moros matan al primer empujón,
y al hacer la tornada otros tantos muertos son.
Allí vierais tantas lanzas subir y bajar,
tanta adarga horadar y pasar,
tanta loriga romper y rajar,
tantos pendones blancos rojos de sangre quedar,
tantos buenos caballos sin sus dueños andar.
Oyerais a unos, «¡Mahoma!»; a otros, «¡Santiago!» gritar.
Yacían por el campo en poco lugar
mil y trescientos moros muertos, ya.