Beowulf

v     Los hombres de Beowulf embarcan hacia Dinamarca con el propósito de prestar ayuda al rey Hrógar frente al monstruo Gréndel

El momento llegó. Al pie de las peñas

flotaba la nave; animosos los hombres

saltaron a bordo. Se arrollaban las olas,

mar contra arena. Los guerreros pusieron

adentro del barco magníficas piezas,

brillantes pertrechos. Hiciéronse al mar,

viaje emprendieron en recio navío.

Por el viento impulsado el barco avanzó

-de espumas cubierto lo mismo que el cisne-

y al tiempo debido, un día después,

el curvo navío llegó a su destino

y los hombres del mar divisaron la costa,

relucientes escollos, altas montañas,

buen litoral. Acabose el viaje

a través del estrecho. Del leño del agua

saltaron los gautas con mucha premura,

atracáronlo luego; rechinaban las cotas

y arneses de guerra. Dieron gacias a Dios,

pues quísoles dar tan feliz travesía»

v     Tras matar a Gréndel, Beowulf se enfrenta a la madre del monstruo, sedienta de venganza:

(...) Entonces el bravo delante se vio
de la ogresa maligna. Alzó valeroso
su espada de guerra; firme en el puño,
el hierro anillado cantó en su cabeza
su lúgubre son. Halló sin embargo
que no la dañaba su rayo en la lucha [la espada],
que no la abatía. Al noble en su aprieto
fallóle aquel filo que en tantos combates
los yelmos rajara y las cotas de malla
de gente enemiga. (…)

El príncipe gauta, sin miedo ninguno,
agarró por un hombro a la madre de Gréndel:
con fuerza terrible -era mucha su ira-
hizo que a tierra la ogresa cayera.
Ésta, rabiosa, respuesta le dio
atrapando al valiente en sus garras feroces,
y el bravo guerrero, el héroe, cansado,
también, tropezando, al suelo cayó.
Colocósele encima y, sacando una daga
ancha y brillante, trató de vengar
a su único hijo. La cota anillada
que al hombre cubría su vida salvó:
ni punta ni filo pasarla pudieron.
El hijo de Ekto, el príncipe gauta,
muerto quedara en el fondo del mar
de no haberle guardado su cota de malla,
la recia armadura, y tenido el apoyo
del Dios celestial; el Sabio Señor
que la Gloria gobierna pronto dispuso
que el héroe de nuevo del suelo se alzara.

Vio entre las armas un hierro invencible,
una espada valiosa y con filo potente,
delicia de un bravo. Era un arma sin tacha,
más tanto pesaba que nunca otro hombre
-tan sólo Beowulf- manejarla podría:
fue por gigantes la pieza forjada.
El señor de skyldingos
[daneses] el hierro excelente
y de puño anillado con rabia tomó
y diole con él en el cuello tal golpe
que pudo su hoja a través de la carne
pasarle los huesos. Marcada de muerte,
abatida, cayó. Tuvo Beowulf
-chorreaba su espada- muy gran alegría»