Romances relacionados con el Poema de Mío Cid.
Salida hacia el destierro | |
Romance de las hijas del Cid | |
Tres cortes armara el Rey | |
El Cid y el rey Búcar |
Salida hacia el destierro Don Rodrigo de Vivar está con doña Jimena de su destierro tratando, que sin culpa le destierra. El rey Alfonso lo manda, sus envidiosos se huelgan, llórale toda Castilla porque huérfana la deja. Gran parte de sus haberes ha gastado el Cid en guerra, no halla para el camino dinero sobre su hacienda. A dos judíos convida y sentados a la mesa, con amigables palabras mil florines les pidiera. Díceles que por seguro dos cofres de plata deja, y que si dentro de un año no les paga, que la vendan. y cobren la logrería como concertado queda. Dióles dos cofres cerrados, entrambos llenos de arena y confiados del Cid dos mil florines le prestan. -¡Oh necesidad infame a cuántos honrados fuerzas a que por salir de ti hagan mil cosas mal hechas! ¡Rey Alfonso, señor mío, a traidores das orejas, y a los hidalgos leales palacios y oídos cierras! Mañana saldré de Burgos a ganar en las fronteras algún pequeño castillo adonde mis gentes quepan; y por conservar el nombre de tus reinos, que es mi tierra los lugares que ganare serán Castilla la Nueva.
| |
ROMANCE DE LAS HIJAS DEL CID Al cielo piden justicia de los condes de Carrión ambas las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol. A sendos robles atadas dan gritos que es compasión, y no las responde nadie, sino el eco de su voz. A los lamentos que hacen por allí pasó un pastor, por donde no puso el pie cosa humana, si ahora no; danle voces que se acerque, y él no osaba de pavor: -¡Pastor, por Dios te rogamos que hayas de nos compasión! ¡Así tus ganados vayan siempre de bien en mejor, tus tiernos hijuelos veas criados en bendición, que desates nuestras manos, pues que las tuyas no son, como las que nos ataron, de malicia y traición! Estando en estas palabras, el buen Ordoño llegó, en hábito de romero, según el Cid le ordenó. Prestamente las desata, disimulando el dolor; ellas que lo conocieron, juntas lo abrazan las dos; a la una dio su manto y a la otra su ropón. Llorando les dice: -¡Primas, secretos del cielo son! No tuvo la culpa el Cid, que el rey fue quien os casó; mas buen padre tenéis, primas, que vuelva por vueso honor
| |
Tres cortes armara el rey Tres cortes armara el rey, todas tres a una sazón, las unas armara en Burgos, las otras armó en León. Las otras armó en Toledo. donde los hidalgos son, para cumplir de justicia al chico con el mayor. Treinta días da de plazo, treinta días, que más no, y el que a la postre viniese que lo diesen por traidor. Veinte y nueve son pasados, los condes llegados son; treinta días son pasados y el buen Cid no viene, no, Ellos en aquesto estando el buen Cid allí asomó con trescientos caballeros; todos hijosdalgo son. - Dios os mantenga buen rey, y a vosotros sálveos Dios, sólo no hablo yo a los condes que mis enemigos son.- -Nosotros, hijos de reyes, sobrinos de emperador; no merecimos casarnos con hijas de un labrador.- El Cid, de que oyera esto, furioso el rostro volvió y mirando al rey Alfonso bien oiréis lo que habló: - Convidáraos yo a comer, buen rey, me mandasteis vos que casase yo mis hijas con los condes de Carrión. Yo os diera allí la respuesta con respeto y con amor: preguntarlo he a su madre y su madre dijo no. Preguntarlo he yo a su ayo, el ayo que las crió. Y dijérame a mí el ayo: Buen Cid, no lo hagáis , no, que los condes son muy pobres, y tienen gran presunción; mas por non contradeciros, buen rey, hiciéralo yo.
| |
EL CID Y EL REY BÚCAR Helo, helo por do viene el moro por la calzada, caballero a la jineta encima una yegua baya borceguíes marroquíes y espuela de oro calzada, una adarga ante los pechos y en su mano una azagaya. Mirando estaba a Valencia cómo está tan bien cercada: "¡Oh, Valencia, oh, Valencia de mal fuego seas quemada! Primero fuiste de moros que de cristianos ganada; si la lanza no me miente a moros serás tomada Aquel perro de aquel Cid prenderélo por la barba; su mujer doña Jimena será de mí cautivada; su hija Urraca Herrando será mi enamorada; después de yo harto de ella la entregaré a mi compaña". El buen Cid no está tan lejos que todo bien lo escuchaba: "Venid vos acá, mi hija, mi hija doña Urraca. Dejad las ropas continas* y vestid ropas de Pascua. Aquel moro hi de perro detenedmelo en palabras, mientras yo ensillo a Babieca y me ciño la mi espada." La doncella, muy hermosa, se paro a una ventana. El moro, desque la vido, de esta suerte la hablara: "Alá te guarde, señora, mi señora dona Urraca." "Siete años ha, rey, siete, que soy vuestra enamorada." "Otros tantos ha, señora, que os tengo dentro en mi alma." Ellos estando en aquesto el buen Cid que asomaba: "Adiós, adiós, mi señora, la mi linda enamorada, que del caballo Babieca yo bien oigo la patada." Do la yegua pone el pie, Babieca pone la pata. Allí hablara el caballo, bien oiréis lo que hablaba: "Reventar debía la madre que a su hijo no esperaba." Siete vueltas la rodea alrededor de una jara. La yegua, que era ligera, muy adelante pasaba hasta llegar cabe* un río adonde una barca estaba. El moro, desque la vido con ella bien se holgaba; grandes gritos da al barquero que le allegase la barca. El barquero es diligente, túvosela aparejada*. Embarcó muy presto en ella, que no se detuvo nada. Estando el moro embarcado el buen Cid que llegó al agua, y por ver al moro en salvo de tristeza reventaba; más, con la furia que tiene, una lanza le arrojaba y dijo: "¡Recoged, mi yerno, arrecogedme esa lanza, que quizá tiempo vendrá en que os será demandada"
|