El cómic es un género híbrido que participa de dos códigos: la imagen y el texto. Está por tanto emparentado con otras manifestaciones como la pintura, la fotografía el cine, la televisión y por supuesto, la literatura. Consecuentemente, incorpora recursos y técnicas de todas estas artes que enriquecen su lenguaje. 

Se trata de un tipo de literatura popular cuya primera manifestación se consideran las tiras cómicas de la prensa, sobre todo americana, que a su vez están emparentadas con las ilustraciones satíricas que aparecían en los periódicos desde su inicio. Desde ese origen ancilar, el cómic fue ganando independencia y consolidando su público y sus propios canales de distribución hasta configurarse como un género autónomo que ha ido creciendo paulatinamente en consideración, calidad y prestigio. El cómic ya no es exclusivamente un entretenimiento infantil o juvenil, sino que se dirige también a lectores adultos, en ocasiones con obras de una calidad más que estimable.

En su ya larga historia, conviene distinguir las dos grandes líneas que comandan los dos continentes: el cómic americano (o sea, estadounidense) y el cómic europeo. De última hora y con una estética y unos contenidos muy específicos es el cómic japonés (manga) que se añade a los anteriores.

La etapa que va desde los años treinta hasta el final de la Segunda Guerra Mundial se considera la edad de oro del cómic. Se popularizan las tiras (strips) de aventuras “serias” (Phantom, Flash Gordon) y aparecen los “comic-books”, donde se fragua la gran mitología de héroes americanos como Superman, Batman… Algunos artistas, escritores y dibujantes logran importantes acuerdos sobre los derechos de sus series (como Alex Raymond, autor de Flash Gordon), pero básicamente serán las editoriales y los sindicatos quienes impongan su ley dominando el mercado, sobre todo en Estados Unidos. Allí, dos grandes editoriales (Marvel y DC Comic) establecen una industria  y configuran sendos universos (Metrópolis y Gotham City) donde se entrecruzan las aventuras interminables de sus héroes.  Estas editoriales conservan los derechos de los personajes, por lo que los guionistas e ilustradores son meros trabajadores a destajo sometidos a censura (el comics code) y a las exigencias de la producción. Disney aporta un decisivo impulso al cómic relacionando dibujo y cine, pero terminará también convirtiéndose en una macrocorporación que contrata dibujantes anónimos

Entretanto, en Europa, aparece un nuevo invento: las revistas especializadas. En España  la pionera, que incluso dará nombre al género, es TBO. En Bélgica, Hergé publica en otra revista semejante Tintin (desde 1929). Las publicaciones periódicas se hacen muy populares. En el caso español es inevitable citar los cuadernillos de aventuras (El capitán Trueno será probablemente el más prototípico) y otro tipo de historieta humorística de larga pervivencia (Mortadelo y Filemón de Ibáñez)

Los años cincuenta son tiempos de guerra fría, crisis y censura, poco propicios, pues, para la creatividad divergente, pero en 1959 aparecerá un guerrero irreductible: Astérix. Su nacimiento tiene lugar en una revista francesa (Pilote) que acabará marcando la nueva línea de evolución, destinada también a los adultos. Junto a Astérix de Uderzo y Goscinny, El teniente Blueberry de Giraud señala los gustos más maduros del público europeo.

Entre los años sesenta y los ochenta el cómic llega a su madurez, de modo que esta etapa se conoce como la edad de plata. En Estados Unidos, la Marvel lanza a Spiderman, un héroe más complejo que sus antecesores de mallas, y en Europa, sobre todo en las revistas franco-belgas, se procede a una profunda revisión de géneros (humor, erotismo, aventura) y estéticas. En Italia, Hugo Pratt contribuye al reconocimiento social y cultural de la historieta, por sus aportaciones literarias, ideológicas y gráficas. Corto Maltés, su personaje emblemático, transita por el convulso periodo revolucionario de principios de siglo, con el romanticismo de los héroes de Conrad o Melville.

Para finalizar, apuntar que en España, las publicaciones satíricas (como El jueves)  y los autores de viñetas (como Forges o Peridis) contribuyeron con sus chistes al desmantelamiento del franquismo mediante la ruptura de los tabúes sociales, políticos e incluso sexuales, además de incorporar a su trabajo el lenguaje de la calle.