bulletLos inicios de la novela en España
bulletAmadís
bulletLazarillo
bulletDon Quijote
bulletLa novelística en el s. XIX
bulletLos tres mosqueteros (A. Dumas)
bulletVeinte mil leguas de viaje submarino (J. Verne)
bulletEn el siglo XX
bulletLa casa de Asterión (J.L. Borges)
bulletEl señor de los anillos (J.R.R. Tolkien)

 

bulletEl nacimiento de Amadís (Novela de caballerías. Siglo XVI) 

 

No tardó mucho en llegarle a Elisenda el tiempo de parir,  [...] al cabo de un rato quiso el Señor poderoso que sin peligro suyo pariese un hijo, y contemplándole la doncella en sus manos vio que era hermoso, mas no tardó en poner en ejecución lo que convenía, según lo había pensado antes, y envolvióle en muy ricos paños y púsolo cerca de su madre, y trajo el arca, y díjole Elisenda:

-          ¿Qué queréis hacer?

-          Ponerlo aquí y lanzarlo al río –dijo ella- donde por ventura podrá salvarse.

La madre lo tenía en sus brazos llorando fieramente y diciendo:

-          ¡Mi hijo pequeño, cuánto me pesa tu desgracia!

La doncella tomó tinta y pergamino, e hizo una carta que decía:”Este es Amadís sin Tiempo, hijo del rey”. Y sin tiempo decía ella porque creía que enseguida moriría [...] Esto así hecho, puso la tabla encima tan junta y bien calafateada que agua ni otra cosa podía allí entrar, y tomándola [el arca con el niño] en sus brazos y abriendo la puerta, la puso en el río y dejóla ir; y como el agua era grande y recia, pronto llegó a la mar, que no estaba a más de media legua de allí.

[En el mar recogerá al niño un rico caballero escocés que lo cría como a su hijo]

 

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Lazarillo de Tormes  (novela picaresca)

El nacimiento de Lázaro

Pues sepa vuestra merced ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antonia Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca.

Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre y fue de esta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía a cargo de proveer una molienda de una aceña, que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años. Y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóla el parto y parióme allí. De manera, que con verdad me puedo decir nacido en el río.

Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso y confesó y no negó y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que esté en la gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados.

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 Don Quijote

Maritornes se dirige a la cama del arriero, cuando se topa con la de don Quijote. Éste está imaginando que la venta es un castillo y que la muchacha se ha enamorado de él)

La asturiana. que toda recogida y callando iba con las manos delante buscando a su querido, topó con los brazos de don Quijote. el cual la asió fuertemente de una muñeca y tirándola hacia sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama. Tentóle luego la camisa, y, aunque ella era de arpillera a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal?. Traía en las muñecas unas cuentas de vidrio, pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos que en alguna manera tiraban a crines, é1 los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol oscurecía; y el aliento, que sin duda alguna olía a ensalada fiambre y trasnochada, a é1 le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y, finalmente, él la pintó en su imaginación. de la misma traza y modo, lo que había leído en sus libros de la otra princesa que vino a ver el malferido caballero vencida de sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos.

Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que ni el tacto ni el aliento ni otras cosas que traía en sí la buena doncella no le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero: antes le parecía que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura. Y, teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó a decir:

-Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho: pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado, que aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra fuera imposible. Y más, que se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos: que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero, que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión en que vuestra gran bondad me ha puesto.

Maritornes estaba congojadísima y trasudando de verse tan asida de don Quijote, y, sin entender ni estar atenta a las razones que le decía, procuraba sin hablar palabra desasirse.

 

 

 

bulletLos tres mosqueteros (A. Dumas)

-          Señores- dijo, dirigiéndose colectivamente a todos-, ¿estamos prontos?.

-          - Si- contestaron a una vez ingleses y franceses.

-          -¡Pues en guardia!- dijo Athos.

Y en seguida brillaron ocho espadas a los rayos del sol poniente y la lucha comenzó con un encarnizamiento muy natural entre hombres dos veces enemigos.

Athos esgrimía con tanta habilidad y método como si hubiese estado en una sala de armas.

Porthos, corregido seguramente de su excesiva confianza por su aventura de Chantilly, tiraba con habilidad y prudencia.

Aramis, que tenía que terminar el tercer canto de su poema, se batía como el que tiene prisa.

Athos mató el primero a su contrario. No le había dado más que un golpe; pero, como había previsto, fue mortal: la espada le atravesó el corazón.

Porthos hizo caer al suelo al suyo, habíale atravesado una pierna. Como entonces el inglés le rindió su espada, sin hacer más resistencia, Porthos le cogió en brazos y el llevó a su coche.

Aramis acometió al suyo tan vigorosamente, que después de hacerle retroceder unos cincuenta pasos, le puso fuera de combate.

En cuanto a Artagnan, había hecho pura y simplemente un ataque defensivo; luego, cuando vio a su adversario ya fatigado, le tiró un desarme que hizo saltar su espada a alguna distancia. El barón, al verse desarmado, dio algunos pasos atrás, pero en este movimiento resbaló su pie y cayó de espaldas.

Artagnan saltó sobre él y le dijo, poniéndole la espada en la garganta:

-      Yo podría mataros, caballero, porque estáis en mis manos, pero os dejo la vida por amor a vuestra hermana.

Artagnan estaba en el colmo de la alegría, porque acababa de ejecutar el plan que se había propuesto de antemano, y cuyo desarrollo imprimía en su rostro la sonrisa de que hemos hablado.

El inglés, asombrado de habérselas con un hombre de tan buen componer, estrechó a Artagnan entre sus brazos, hizo mil cumplidos a los mosqueteros, y como el adversario de Porthos estaba ya en el carruaje y el de Aramis se había retirado, no se pensó más que en el muerto.

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Veinte mil leguas de viaje submarino (J. Verne)

Al llegar a este punto, debo confesar que se me hace indispensable hacer un esfuerzo para coordinar las ideas, para refrescar mis recuerdos. En estas circunstancias, me parece por lo tanto necesario comprobar de una forma especial en mi memoria todo cuanto diga o afirme.

Las últimas palabras del canadiense produjeron, desde luego, un súbito cambio en mi mente. Recuerdo que trepé apresuradamente a lo alto del objeto semisumergido que nos servía de salvavidas... y lo tanteé con el pie. Era evidentemente un cuerpo duro e impenetrable, y no las sustancia blanda que forma la masa de los grandes mamíferos.

Lo primero que pensé fue que aquel cuerpo duro también podía ser una concha ósea, semejante a la de los animales antediluvianos, y que en tal caso podría salir del atolladero clasificando al monstruo entre los reptiles anfibios, al igual que se hace con las tortugas y los cocodrilos.

Esta presunción, sin embargo, hube de desecharla rápidamente, porque la superficie negruzca donde nos sosteníamos era lisa y pulimentada, y no escamosa. Por lo demás, al golpearla, producía una sonoridad metálica, y por increíble que pueda parecer, se asemejaba...pero, ¿por qué digo se asemejaba?. ¡Eran planchas metálicas, perfectamente ajustadas entre sí!.

¡No cabía la menor duda! El animal, el monstruo marino, el fenómeno natural que traía intrigado a todo el mundo científico, y que había trastornado la imaginación de los marineros de ambos hemisferios, era algo más asombroso de lo que pudiera nadie imaginarse, por la sencilla razón de que...¡era un fenómeno producido por la mano del hombre!.

 

bulletLa casa de Asterion (J.L. Borges)

LA CASA DE ASTERIÓN

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.

Apolodoro: Biblioteca, III,I.

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas

(cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie* ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato* del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

EI hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta* o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere dc todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La Ceremonia dura pocos minuros. Uno tras otro sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

- ¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo- El minotauro apenas se defendió.

El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que, en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos [Nota del autor].

 

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REQUISITO IMPRESCINDIBLE después de leer La casa de Asterión:

bulletDi quiénes son Ariadna, Teseo y el Minotauro y qué relación existe entre ellos.

 

 

 

v      El señor de los anillos (J.R.R. Tolkien)

 

Incluimos unos fragmentos de El señor de los anillos por considerar que esta popular obra consigue crear una historia en la que las aventuras y la fantasía se entretejen con los antiguos mitos, recogiendo y actualizando el aliento épico. No en vano su autor fue profesor universitario, lingüista especialista en épica anglosajona. Contada a grandes rasgos, la novela narra las vicisitudes de personajes de distintas razas (hobbits, elfos, enanos, magos y hombres) unidos para destruir el Anillo Único que, de caer en poder del Mal, acabaría con la Tierra Media.

 

·                           Gandalf, Aragorn, Legolas y gimli llegan a Edoras, ciudad de los Jinetes de Rohan.

 

...Se puso a cantar dulcemente en una lengua lenta, desconocida para el elfo y el enano; ellos escucharon, sin embargo, pues la música era muy hermosa.

- Esta es, supongo, la lengua de los Rohirrim –dijo Legolas-, pues podría comparársela a estas tierras: ricas y onduladas en parte y también duras y severas como montañas. Pero no alcanzo a entender el significado, excepto que está cargado de la tristeza de los Hombres Mortales.

- Hela aquí en la Lengua Común –dijo Aragorn-, en una versión aproximada.

 

¿Dónde están ahora el caballo y el caballero? ¿Dónde está el cuerno que sonaba?

¿Dónde están el yelmo y la coraza, y los luminosos cabellos flotantes?

¿Dónde están la mano en el arpa y el fuego rojo encendido?

¿Dónde están la primavera y la cosecha y la espiga alta que crece?

Han pasado como una lluvia en la montaña, como un viento en el prado;

los días han descendido en el oeste en la sombra detrás de las colinas.

¿Quién recogerá el humo de la ardiente madera muerta,

o verá los años fugitivos que vuelven del mar?

 

“Así dijo una vez en Rohan un poeta olvidado, evocando la estatura y la belleza de Eorl el Joven, que vino cabalgando del norte; y el corcel tenía alas en las patas; Felaróf, padre de caballos. Así cantan aún los hombres al anochecer.

Con estas palabras los viajeros dejaron atrás los silenciosos montículos. Siguiendo el camino que serpenteaba a lo largo de las estribaciones verdes llegaron al fin a las grandes murallas y a las puertas de Edoras, batidos por el viento.