En el año 1431, el rey Juan II de Castilla llega
ante Granada acompañado del infante
moro Abenámar, a quien había ofrecido el trono de este reino. La cuidad se rinde
y el
infante es reconocido rey en ella.
El romance tiene evidente inspiración morisca. Los poetas árabes llaman con
frecuencia "esposo" de una región al señor de ella, y de aquí el romance tomó su
imagen de la cuidad vista como una novia a cuya mano aspira el sitiador.
¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste,
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida:
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:
Yo te la diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva,
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía:
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría.
Yo te agradezco,
Abenámar, aquesa tu cortesía.
- ¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
El Alhambra era, señor,
la otra la Mezquita;
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labra,
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
Si tu quisieses, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería
Hablara allí el rey don Juan,
estas palabras decía:
-Échenme acá mis lombardas
doña Sancha y doña Elvira;
tiraremos a lo alto,
lo bajo ello se daría.
El combate era tan fuerte
que grande temor ponía.
Ampliación: puedes ver un comentario de este romance.
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