bulletEl viaje de Hanumat

        [Hanumat, el héroe mono, capaz de transformarse a voluntad, viaja a Lanká donde está secuestrada Sita]

        Apenas hubo escuchado lo que le decía Angada y la asamblea de cuadrúmanos, el gran simio, habiendo saludado a todos aquellos a los que debía rendir homenaje, se puso a dilatar sus naturales proporciones.

        Este afortunado príncipe, cuya mano derribaba a los enemigos, Hanumat, rodeado de simios, subió al Mahendra. Cuando el simio apresó entre sus dos pies la noble montaña, ésta dio un mugido semejante al que da un elefante herido por un león. Las quebradas alturas de la cúspide vomitaron torrentes llenos de espuma; los elefantes y los simios temblaron, el tronco de los grandes árboles fue sacudido. El noble mono, en pie sobre la cima, brillaba entonces como Vihsnú al franquear el mundo con tres pasos.

        Para obtener una buena travesía del gran mar, el mono de robustos brazos se inclinó con recogimiento y con las manos pegadas a las sienes, imploró a los Inmortales. [...]Ambos brazos, tendidos por los campos del cielo, resplandecían como dos cimitarras inmaculadas o como dos serpientes vestidas de piel reciente.

        Por cualquier sitio del mar por donde pasaba el gran simio, se veía encresparse furiosamente las olas debido al desplazamiento de aire producido por su enorme cuerpo. A la vista de aquel tigre-simio que navegaba en pleno cielo, los reptiles que tienen sus morada en el mar, pensaban que era el propio Garuda. Los peces caían en el estupor, viendo la sombra de este rey de simios cubrir diez yodjanas de anchura por tres veces más de largura. Las grandes nuves surcadas por los brazos del simio, estallaban en color púrpura, blanco, rojo y negro en el espacio iluminado por los rayos, inflamado por los relámpagos cuya caída las festoneaba con guirnaldas de fuego.

 

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El demonio Prahasta incita al combate.

        Así dijo Ravana, y Prahasta, experto en hechos de heroísmo y de guerra, sus propias ciencias, Prahasta dijo entonces: "¡He aquí, al fin, llegado el tiempo propicio para las batallas, que desde hace tiempo aguardan nuestros guerreros, siempre ansiosos de combatir! ¡Ciertamente que las mazas, los arcos, las hachas, las picas de hierro, no nos faltan! ¡ Los guerreros, cuyo mejor adorno es el valor, desean llevarlos al campo de batalla! ¡La tierra aspira a cubrirse de cadáveres que, regándolo todo con su sangre, como un perfume líquido, rían, en cierto modo, con la boca abierta por su último suspiro, enseñando los bellos dientes! ¡Que tus órdenes sean dadas, pues, hoy mismo, a todos nuestros combatientes!

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Sita es confortada cuando se apresta la batalla.

        Habiendo sabido que Sita estaba como enloquecida por el dolor [creyendo muerto a Rama], una raksashi, llamada Saramá, se acercó a ella para consolarla; llena de compasión le había cobrado afecto a Sita y siempre le dirigía palabras amables. [...] Cuando vio a su amiga en tal situación, Saramá, tratando de consolarla, con voz emocionada por el afecto, le dijo: "Djanákida de grandes ojos, no sumas tu alma en esa desesperación. Es imposible que hayan sorprendido durante el sueño a ese Rama que lleva la ciencia en el alma. Has sido fascinada por una ilusión, obras de un terrible encantador. Destierra tu tristeza Sita. La felicidad va a renacer para ti!"

        Mientras la buena rakshasi hablaba así con Sita, oyó un ruido espantoso de ejércitos que chocan y al distinguir el sonido de los timbales, golpeados con furia, Saramá le dijo dulcemente: "¡Escucha! El temible timbal que convoca a los bravos a la lucha y que hiela el corazón del cobarde, lanza al aire un sonido profundo como el de nubes tormentosas. Ya ponen los arneses a los elefantes ebrios por combatir; ya uncen los corceles a los carros; se oye correr de aquí para allá a los infantes poniéndose a toda prisa la coraza. La vía real está repleta de armas como el mar de grandes e impetuosas olas de potencia indomable!"

    Lo mismo que el cielo al verter la lluvia devuelve la alegría a la tierra, del mismo modo, la benévola Saramá devolvió la felicidad a aquella alma extraviada en donde había un flagelante dolor.

 

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Batalla entre simios y rakshasas.

        Con el alma poseída de cólera, Ravana mandó a todos los ejércitos salir inmediatamente a paso de carga. A esta orden, los héroes, contentos de lanzarse en masa por todas las puertas, iban como las corrientes del mar. Inmediatamente se trabó una espantosa batalla entre simios y rakshasas, como si los dánavas se peleasen contra los propios dioses.

        Mientras los demonios y los simios combatían así, el sol llegó a su puerta y fue reemplazado en los cielos por la noche destructora de vidas. Y un combate nocturno, todavía más espantoso, continuó entre aquellos guerreros cuyo odio había armado a uno contra otro, animados por igual deseo de victoria. "¿Eres rakshasa?", preguntaban los simios; ¿Eres simio?", preguntaban los rakshasas; Y todos, a estas palabras, se atacaban recíprocamente, a golpes, en medio de aquella tremenda oscuridad. "¡Hiende!"..."¡Desgarra!"..."¡Trae!", decían los unos; "¡Arrástrale!"..."¡Ponlos en fuga!", gritaban los otros. Sólo se entendían palabras así en un confuso barullo en medio de la oscuridad.

        Rama y Lakshmana, apuntando con precisión a los más destacados noctívagos, les lanzaban las flechas, parecidas a la llama del fuego. El campo de batalla, de espantoso aspecto y encenagado de sangre y carne, sólo ofrecía manojos de armas en vez de manojos de flores.

 

bulletCombate final: Rama, a quien el dios Indra cede su propio carro, se enfrenta a Ravana.

   

        Rama, sobrecogido de religioso temor subió para la victoria en el celeste carro y cuando hubo asegurado a su pecho la coraza del gran Indra, resplandeció con esplendor igual al del monarca que reina sobre los guardianes del mundo. Matali, el más hábil de los cocheros, contuvo a los corceles; después los fustigó de acuerdo con el pensamiento del héroe que sabía dominar a sus enemigos. [...]

        El  monarca de las diez cabezas, hirviendo de cólera hizo caer sobre Rama espantosos torrentes de flechas[...]Después de haber abatido la bandera de oro sobre el fondo del carro, Ravana hirió con sus veloces flechas a los propios corceles de Indra. Al ver al raghuída abrumado por su enemigo, los dánavas y los dioses temblaron. El terror se apoderó de los simios y de su rey. El mar, por así decirlo, llameando, envuelto en humo, con las olas agitadas, subía con furia por los aires y casi tocaba a la antorcha del día. El sol, con mortecinos rayos, aparecía horrible, color de cobre, empotrado en cierto modo contra un cometa y con el seno de su disco manchado. [...]

    En aquel momento, Ravana, el de alma viciosa, tomó una espantosa lanza, terror de todas las criatruas, con la punta de diamante inafrontable para el propio Yama y parecida a la muerte. Al ver aquella deslumbrante arma de temible aspecto, el vigoroso raghuída envió contra ella sus agudos dardos y tocó la lanza en mitad de su vuelo con torrentes de flechas.

        Pero tal como el fuego devora a los saltamontes, la gran pica del Yatu consumió los dardos que le disparaba el arco de su rival. Viéndolos rotos en el aire y reducidos a cenizas con sólo tocar la lanza, el raghuída fue preso de cólera. Empuó con ardiente furor la pica de hierro que Matali le había llevado y que el mismo Indra tenía en tanta estima. [...]

        El heroico dazaráthida, ardiendo de coraje, se echó a reír y le habló así, con estas mordaces palabras a Ravana: "¡En castigo de que te trajiste aquí a mi esposa desde el Djanasthana, vas a perder la vida, vil rakshasa! Aprovechando el momento en que había dejado a mi videhana, me la robaste, triste, violentada, sin miramientos a su condición de anacoreta. Y tú piensas: ¡Soy un héroe !Tú ejerces tu valor contra mujeres indefensas, ladrón de esposas ajenas; cometes acciones de hombre cobarde y piensas: ¡Soy un héroe ! Tú traspasas los límites, demonio sin pudor, abandonas las buenas costumbres, haces del asesinato un blasón y piensas: ¡Soy un héroe ! Por medio de la magia me has arrebatado la esposa, ya que hiciste aparecer ante mis ojos aquel fantasma de gacela; aquello fue demostrar por completo tu valentía y realizaste una maravillosa hazaña ¡ No duermo ni de noche ni de día, noctívago de criminales acciones; no! ¡Ravana, no puedo disfrutar de reposo hasta que te haya separado de tu raíz! ¡Que aquí mismo, pues, tu cuerpo sea atrevesado hoy por mis dardos y abatido, sin vida, los pájaros del cielo saquen tus entrañas como Garuda las serpientes!! [...]

        Fue grande el combate de ambos guerreros, enfrentados el uno contra el otro, animados por el mutuo deseo de arrancarse la vida como dos elefantes rivales, ebrios de cólera y de amor [...] La pelea fue rápida, variada, sabia; uno y otro llevaban heridas y estaban acuciados por la ambición de triunfar. Desplegando toda la ligereza de mano y chocando las flechas con las flechas, llenaban el cielo con sus dardos semejantes a serpientes. "¡Es preciso vencer!", se decía el kakutsthida. "¡Hay que matar!,. se decía Ravana. Ambos dejaron ver en aquel duelo la suprema esencia del valor. De pie sobre sus carros se abordaron, el timón del uno enfrentado con el timón del otro, los estandartes con los estandartes y los corceles cabeza contra cabeza.

 

        [Rama abate una y otra vez con sus flechas las cabezas de Ravana, pero vuelven a nacer. Finalmente, siguiendo los consejos del cochero Matali, lo vence con una flecha que el dios Brahma había fabricado para Indra.

        Rama recupera a Sita y se convierte en un rey virtuoso que lleva la prosperidad a su tierra]

 

    Mientras Rama llevó las riendas del imperio, se estuvo sin enfermedades, sin tristeza, la vida duraba cien años y cada padre tenía un millar de hijos. Los árboles, invulnerables a las estaciones y cubiertos incesantemente de flores, daban sin tregua sus frutos. El Dios del cielo derramaba la lluvia oportunamente y el viento soplaba siempre con aliento acariciador.