Aquiles viste sus armas
Igual que en el aire los copos de nieve congelada al soplo del eterno Bóreas, así se esparcían fuera de las naves los fuertes y resplandecientes cascos, los escudos convexos, las corazas duras y las lanzas de fresno. Y ascendía al cielo su esplendor, y a lo lejos reía la tierra iluminada por el brillo del bronce y trepidando bajo las plantas de los guerreros. Y en medio de ellos se vestía las armas el divino Aquiles; y chocaban sus dientes, y sus ojos llameaban como hogueras, y una rabia intolerable le oprimía el corazón. Y furioso contra los troyanos, se cubrió con las armas construidas para él por el dios Hefesto. Y ante todo envolvió sus piernas con hermosas grebas, que sujetó con argentados broches. Luego ciño a su pecho la coraza. De sus hombros colgó el espaldar de los clavos de plata, y tomó el escudo que despedía rayos semejantes a los de la luna. Igual que el resplandor que crepita en las cumbres y desde el mar divisan lejos los marineros a quienes la borrasca distancia de los suyos, así en el aire relucía el hermoso y sólido escudo de Aquiles. Y se cubrió con el pesado casco, que como un astro brillaba, moviéndose en ramales las crines de oro con que lo adornó Hefesto. Y probó sus armas, que eran obsequios ilustres, el divino Aquiles por ver si se amoldaban a sus miembros, y se diría que eran alas que transportaban al príncipe de los pueblos. Del estuche sacó la lanza paterna, pesada, inmensa y sólida, que no podía sostener ninguno de los aqueos y que sólo Aquiles sabía manejar, la lanza peliada que llevó Quirón a Peleo de la cima del Pelio para matar héroes.
(Ilíada XIX)