Durante nueve días acarrearon innumerable masa de leña, y cuando apareció ya la décima aurora, iluminadora de los mortales, entonces sacaron entre lágrimas al intrépido Héctor, depositaron su cadáver en lo alto de la pira y le prendieron fuego. Cuando reapareció la tempranera aurora con sus rosáceos dedos, la gente se concentró en torno a la pira del ilustre Héctor. Una vez que se reunieron y estuvieron congregados, apagaron primero con chispeante vino la pira en todas las partes que había dominado la furia del fuego. A continuación recogieron los blancos huesos sus hermanos y amigos, deshechos en llanto, a raudales fluían las lágrimas por sus mejillas. Recogidos los huesos, los colocaron en una urna de oro, envueltos en delicado velo de púrpura.
Ilíada XXIV 782 –796