Abrid, diosas, ahora el Helicón y entonad vuestro canto, qué fuerzas van siguiendo desde etruscas riberas a Eneas y arman sus naves y se dejan llevar por el agua. Másico surca el primero las olas con su Tigre de bronce; con él un grupo de mil jóvenes, cuantos las murallas de Clusio dejaron y la ciudad de Cosas, que tienen por armas las flechas y las ligeras aljabas sobre los hombros y los arcos mortales. Con él el torvo Abante: toda su tropa relucía con armas insignes y su nave con un Apolo de oro. Seiscientos le había dado la ciudad de Populonia, jóvenes expertos en la guerra, y trescientos Ilva, isla generosa de inagotables minas del metal de los cálibes. El tercero, aquel célebre intérprete de hombres y dioses. Asilas, a quien los nervios de los animales y las estrellas del cielo obedecen y las lenguas de los pájaros y los fuegos presagiosos del rayo, lleva a mil en formación cerrada erizada de lanzas.
Eneida, X