Bharata busca a Rama para reintegrarle el reino.
Muerte del rey y exequias. |
[Próximo a su muerte y después de desterrar a Rama forzado por Kekeyi, el rey Dazaratha, padre de Rama, Lakshmana y Bharata, relata cómo yendo de caza en su juventud mató accidentalmente al hijo de un ermitaño y éste le maldijo: "Del mismo modo que yo abandonaré la existencia porque no podré soportar el dolor que me inspira la muerte de este hijo, así tú, al final de tu carrera, dejarás la vida llamando a tu hijo inútilmente"]
Mientras los recuerdos de Rama ocupaban por completo la mente del monarca, tendido sobre el tapiz de sus lecho, el astro de su vida se hundió lentamente hacia su ocaso, como vemos que va bajando la luna, al terminar la noche hacia occidente. "¡Ay, Rama, hijo mío!" -decía; y mientras pronunciaba lánguidamente estas palabras, el rey de los hombres rindió el soplo de su existencia. [...]
Cuando Bharata hubo depositado al gran rey en el féretro, adornó el cuerpo poniendo sobre él una preciosa tela con la que cubrió por completo al augusto difunto. Extendió una guirnalda de flores sobre los restos de su padre y los perfumó con emanaciones de incienso sagrado. [...] Los criados del rey, llorando y con el alma transida de dolor, marchaban ante la caja sosteniendo un parasol blanco, un espantamoscas y un abanico. Precediendo al monarca avanzaba, flameando, el fuego sagrado que los brahmnanes habían empezado por bendecir. En seguida venían preciosos carros llenos de oro y pedrería, con las riquezas que habían de distribuirse entre los menesterosos. Todos los servidores llevaban joyeles de muchas clases destinados a ser repartidos con largueza en los funerales del señor de la tierra. También iban los poetas, los bardos y los panegiristas que cantaban con dulce voz elogios recordando las buenas acciones del monarca.
Llegados a la orilla del Zarayú, en un lugar solitario en donde la hierba tierna y fresca alfombraba el suelo, procedieron a construir la pira con maderas de áloe y sándalo. Un grupo de amigos, con los ojos velados por las lágrimas, elevó el helado cuerpo del rey y lo acomodó sobre la pira. Hecho esto, Bharata aplicó por su mano el fuego. en seguida creció la llama que multiplicando sus lenguas de fuego consumió el cuerpo del rey sobre la leña apilada.
El séquito de Bharata |
En cuanto los generales anunciaron que el ejército estaba dispuesto, con los hombres en pie de guerra, los caballos, sus admirables carros ligeros y los vehículos arrastrados por toros, el hermoso y joven príncipe, llevado por lel deseo de volver a ver a Rama, se puso en camino sentado en un soberbio carro tirado por caballos blancos. Ante él avanzaban los principales ministros montados en carros parecidos al carro del sol, a los que se habían enganchado rápidos corceles. Diez mil elefantes, equipados siguiendo todas las reglas, seguían a Bharata en su marcha; Bharata, delicia de la raza de Ikshwakú. Sesenta mil carros de guerra, llenos de arqueros bien pertrechados de proyectiles seguían a Bharata en su marcha; Bharata el hijo del rey de las fuerzas poderosas. Cien mil caballos montados por sus caballeros seguían a Bharata en su marcha; Bharata, el hijo del rey y el descendiente ilustre del antiguo Raghú.
El banquete de los dioses |
[Convocados por un ermitaño que ofrece su hospitalidad a Bharata, los dioses preparan un festín para el ejército]
La tierra se allanó por sí sola en un circuito de cinco yodjanas, cubriéndose de tierno césped que parecía un inmenso tapiz de lapislázuli sobre el fondo de azur. Se veían espléndidos patios, parterres entre cuatro edificaciones, cuadras destinadas a los corceles, establos para los elefantes; numerosas arcadas, multitud de grandes viviendas, palacios e incluso un castillo real de majestuoso pórtico, regado con aguas perfumadas, tapizado de blancas flores, semejantes a masas de argentadas nubes.
Cuando se hubo despedido del gran santo, el héroe de los largos brazos, el hijo de Kekeyi, penetró en aquella residencia centelleante de pedrería. En el mismo instante, adornados con sus divinos ornamentos, afluyeron ante su huésped los coros de apsaras, numerosos enjambre enviado por el dios de las riquezas, mujeres celestiales en número de veinte mil, semejantes al oro en esplendor y flexibles como las fibras de loto. El alma de cualquier hombre hubiese desfallecido de amor si alguna de ellas le hubiese mirado.
Rama decide permanecer en el destierro y se niega a incumplir la palabra que su padre empeñó a Kekeyi |
A esto Bharata opuso en seguida: "Posees un alma parecida a los inmortales; ¡eres magnánimo y fiel a tu alianza con la propia verdad!. Pero a mí, sabio hermano, a mí, separado de ti y privado de mi padre, me será imposible vivir, consumido por la pena, como el gamo herido por una flecha envenenada. Procede, pues, de manera que yo no deje mi vida en este bosque desierto en donde he visto, con el alma desolada, a tan noble príncipe habitar con su esposa y con Lakshmana. ¡Sí, sálvame! ¡Toma en tus manos el cetro de la tierra!" [...]
Ante la constancia tan admirable de este digno hijo de Raghú, todos los corazones se encontraban fluctuando entre la tristeza y la alegría . "¡No volverá a Ayodhyá!" se decían; y el pueblo sentía dolor, aunque aprobaban con placer aquella firmeza pro cumplir la palabra dada a su padre.
Bharata afligido por no poder conseguir lo que deseaba, juntó de nuevo las manos, tocó con su frente los pies de su hermano y con la garganta llena de sollozos, cayó en tierra. Apenas vio que Bharata venía a tocarle los pies con la cabeza, Rama retrocedió vivamente con los ojos arrasados en lágrimas; pero Bharata consiguió tocarlos y llorando afligido por el dolor, al caer en tierra parecía un árbol abatido en la margen de un río. [...] Rama, vivamente emocionado, estrechó fuertemente a Bharata con un abrazo de amory habló así a su hermano, consumido de tristeza y con los ojos bañados en lágrimas: "¡Ya basta, amigo mío! ¿Vamos! ¿Vuelve a Ayodhyá!
Bharata secó su rostro mojado por las lágrimas: ¡No olvides, oh, tú, que tan bien conoces el deber, no olvides que acepto sólo a condición de que me digas estas palabras: Toma a título de depósito, la corona imperial de Ikshwakú!"
"¡Sí!", respondió Rama, a quien la resignación del joven en volver a la ciudad llenaba de alegría.
Bharata se retira. |
Una vez en Ayodhyá, el hijo de Kekeyi se reintegró al palacio de su padre, vacío ahora de aquel Indra de los mortales, como carverna vacía del león que la habitaba. Bharata dijo estas palabras: "Me voy a vivir a Nandigrama. Allí es donde quiero soportar todo el dolor de vivir separado del noble hijo de Raghú. Mi padre no existe, mi hermano mayor es ermitaño en los bosques: voy a gobernar la tierra en espera de que Rama pueda hacerlo por sí mismo.