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Se sitúa después de “Chosen” el último episodio de la serie Buffy (o antes de la última temporada de Angel). En ese deesnlace, Buffy y sus amigos se enfrentaban al apocalipsis desatado por el Mal Primero. Consiguen vencer pero, además de ver arrasada su ciudad, Sunnydale, sufren dolorosas pérdidas: mueren en combate Anya y Spike, éste convertido en heroico campeón de las fuerzas del Bien, tras haber conseguido el respeto y la confianza de Buffy.

Mi fic tiene lugar unos días después, cuando Buffy acude a Los Ángeles en busca de su antiguo amor, Angel, el otro vampiro con alma

 

 

Tres

(7 x23)

 

Siempre habrá una cazadora esperándonos.

 

Cuando le anunciaron su presencia, Angel sintió una emoción intensa. Salió apresuradamente  a recibir a Buffy y la abrazó. Al besarla, sin embargo, notó una extraña falta de calor en la vencedora del apocalipsis de Sunnydale

-          Buffy, cómo me alegro de verte.

-    Gracias, Angel.

La hizo pasar al despacho. Buffy dejó resbalar una mirada rápida por los muebles de diseño, la moqueta impoluta, la decoración depurada, el enorme escritorio, los amplios ventanales...

-    Tienen un tratamiento especial para que llegue la luz del sol sin que me haga daño.- explicó Angel ilusionado como un niño. Buffy le sonrió sin hacer ningún comentario. Si Angel esperaba deslumbrar a su visitante con el escandaloso lujo de Wolfram and Hart, desde luego, no lo consiguió. Al revés, el ceño ligerísimamente fruncido de Buffy, mostraba cierta desconfianza, además de que la muchacha no se sentía cómoda en aquel ambiente. Aunque no hizo el menor comentario recriminatorio, Angel se sintió en la necesidad de justificarse.

-    Como ves, las cosas han cambiado en Los Ángeles. Ahora somos poderosos. Tengo una posición lo suficientemente fuerte como para controlar casi todo lo que ocurre.

-    ¿Tú lo controlas?- Era evidente lo que Buffy intentaba insinuar: “¿O te controla a ti?”. Angel, un poco picado, fue categórico.

-    ¿No creerás que he aceptado dirigir Wolfram and Hart porque me gusta ir en limusina?

Buffy evadió una respuesta directa.

- Bueno, si tienes tanto poder y conoces tan bien los entresijos del bufete, entonces eres el más adecuado para ayudarme. Después de lo ocurrido, nos vamos todos de California – Angel no soñaba con que Buffy se echara en sus brazos y le prometiera quedarse a su lado para siempre, pero oír de sus labios la confirmación de que ponía aún más distancia entre ellos, le supuso una  absurda desilusión. La sensación se acentuaba al comprobar aquella impalpable tristeza que acompañaba a Buffy. Desde el apocalipsis que había destruido... Sunnydale, algo indefinible se había instalado en sus pupilas – Dawn y yo iremos con Giles a Europa. Rupert piensa que tenemos que restablecer el Consejo y reunir a todas las muchachas con poderes. “Sunnydale ha pasado a ser historia, pero ahora hay que construir el futuro”- recitó con ligera ironía la frase favorita de Giles en los últimos días. Y, sin transición, le clavó la mirada- Pero antes quiero saber cómo conseguiste el amuleto.

- Ya te lo dije. Llegó a mi poder, aun sin saber quién lo enviaba. La situación no me pareció como para emplear tiempo en averiguar de dónde venía la ayuda si ésta era eficaz.

- No te molestes, Angel. Nosotros también aceptamos el amuleto sin cuestionarnos más que su utilidad y, desde luego, fue el arma definitiva, pero, simplemente, ahora que... todo ha pasado me gustaría saber por qué ocurrieron las cosas, quién movía los hilos. Te lo enviaron a ti personalmente ¿no?

- Sí. Llegó al Hyperion, en un sobre dirigido a mi nombre.

- Resulta extraño, ¿no te parece? No confío en las ayudas desinteresadas que se mantienen en el anonimato. Más bien creo que quien ofrece algo tan poderoso es porque busca obtener algún beneficio. Quizás no éramos los únicos interesados en acabar con el Primero. Además, -a pesar de que intentó mantener la objetividad del análisis que estaba haciendo, Buffy no consiguió evitar el ligero temblor que empañó su voz-  el amuleto destruyó al campeón.

Un silencio opresivo se instaló entre los dos. Ninguno pronunció su nombre, pero tanto Buffy como Angel se hurtaron la mirada. Buffy porque no quería que Angel viera las lágrimas en sus ojos. Angel porque, de alguna manera, se sentía culpable.

-    Quizás debí ser yo quien llevara el talismán.- murmuró al final él.

-    ¡Spike lo hizo muy bien!- saltó Buffy con indignación, como si fuera un ataque directo contra alguien ejemplar e indefenso.

-    Quiero decir – rectificó Angel-, que a veces siento que debí ser yo quien muriera.

-    Pero no fue así. Murió un vampiro con alma, pero no fuiste tú. A pesar de que tú trajiste el medallón porque te lo envió a ti alguna oscura fuerza desconocida.

¿Qué quería insinuar Buffy? Angel la miró estupefacto, sin dar crédito a la oscura red de intereses que ella desvelaba ante sus ojos. Ahora con amargura, repitió:

-          Sí, definitivamente creo que debí ser yo quien portara el amuleto.

Buffy le miró de frente. Con una dignidad y un aplomo sobrecogedores, dijo:

- Simplemente, he venido para saber por qué murió Spike.

 

***

Angel no pudo evitar la sensación de que hablaba ante una viuda de guerra, una mujer que asumía la tarea sagrada de reivindicar a un ser amado y que exigía respuestas. Frente a ella, Angel se sentía como el general que ha enviado a la muerte a un soldado heroico y debe explicar por qué su sacrificio era necesario. Pero nunca se puede explicar la muerte. Y menos la de alguien querido.

-                ¿Crees que fui yo? Crees que lo hice a propósito? ¿Piensas que quería que muriera?

-          ¡Por supuesto que no! – en la respuesta de Buffy, demasiado rápida, latía la indignación. Por su cabeza no había pasado semejante barbaridad. Pero quizá sí por la de Angel. Sólo él sabía cómo había sometido a Spike a una inapelable labor de destrucción. Siempre.

 

Londres, 1880

 

Cuando Drusilla lo presentó al resto del clan, la noche siguiente a su conversión, los nudillos aún sangrantes y la confusión en su interior, Angelus le recibió con los brazos abiertos y le prometió que serían amigos. Pero si Angelus sabía qué era amistad, desde luego, no la regalaba. Había que ganársela, y aún así, a menudo un amigo era para él sólo algo con lo que divertirse. Con él o a su costa.

Quiso el destino, que también era un burlón, que entre sus primeras víctimas, Angelus eligiera la casa del doctor  Henry Stanford, un imbécil prepotente que, a pesar de ello, tenía el suficiente gusto literario como para haberse reído públicamente de los ripios de William en la fiesta de cumpleaños de Cecily.

Fue su bautismo de sangre y Angel lo disfrutó como la violación de una virgen.

Cuando los vampiros irrumpieron en el comedor donde la familia Stanford se disponía a cenar, el doctor, que ni por lo más remoto se imaginaba el cataclismo que se cernía sobre su familia, se levantó arrogante de su silla, preguntando quién diablos les había concedido permiso para molestarlos en su residencia.

- No os tengo miedo, fantoches.- se encaró Stanford. Como al único que conocía era a William, la emprendió con él.- A no ser que nos amenaces con otro recital poético... Eso que tú llamas versos es un postre demasiado repugnante para cualquier velada.

Más quizás que sus palabras airadas, las mofas contra el poeta fueron el detonante para que el vampiro neófito, que hasta entonces se había alimentado de las presas proporcionadas por los otros, revelara la furia del demonio en que se había convertido.

Casi sin pensar, se acercó a la chimenea y tomó en  sus manos el atizador que descansaba junto a los morillos.

-          Demuéstrale lo que es poesía, Willy.- exigió burlón Angel.

Stanford vio a William avanzar hacia él sin acabar de creerse que lo que él tomaba por una ridícula mascarada iba en serio.

- ¿Recuerdas lo que dijiste, maldito bellaco?

- Dios santo, ¿no basta con sufrirte en público? ¿Tienes también que venir a torturarnos en nuestra propia casa? – Stanford persistía en su error.

- Dijiste... que preferirías que te atraveseran la cabeza con un clavo de ferrocarril a volver a soportar mis versos.

-          S... sí – balbuceó el hombre comprendiendo de pronto el peligro real que le amenazaba al ver transformarse la cara de William.

-          Pues te daré una buena noticia:  resulta que no vas a volver a oírlos – Los ojos amarillos de la fiera que tenía ante sí refulgían de ira mientras descargó contra su cráneo el primer golpe. – Espero que no te importe, pero no he podido conseguir el instrumento adecuado para satisfacer todos tus deseos. Supongo que el atizador valdrá. – Saciando las humillaciones y desprecios de años, mientras descargaba una y otra vez los golpes sobre el guiñapo ensangrentado que yacía a sus pies, William improvisó sobre la marcha:- This is not like/ a railway spike / but your death will be my light / in this beautiful night.

Angel aplaudió entusiasmado. Reía a carcajadas

-          ¡Bravo! Magnífico. ¿Cómo se atreve a decir que no tienes talento para la poesía? Ese tipo debería pedirte perdón. Si pudiera. – Era evidente que ya no podía. Angel lo miró con indiferencia. Pasó su brazo sobre los hombros del agitado William que contemplaba, un tanto sorprendido, el resultado mortal de su violencia.- “This is not like a railway spike...”. Genial ¡Me encantan tus versos, William! De ahora en adelante serás nuestro “spike”

 

 

 

Buffy estaba llamando por teléfono. Quería decirle a Dawn que había llegado y que estaba bien, pero su móvil se había quedado sin batería. Así que Angel salió para dejarla hablar tranquila con su hermana y aprovechó para pedir que les trajeran algo de beber. Mientras regresaba al despacho, los recuerdos del pasado se agolpaban en su mente.

Durante años Spike y él habían compartido cada segundo de su existencia y Angel se preguntaba cómo, fuera de la sumisión debida al sire, Spike había mantenido la idea equivocada de considerarlo superior a él.

Se habían peleado una y otra vez, habían intentado jugársela el uno al otro repetidas veces. En varias ocasiones cada uno de ellos había estado a punto de acabar con el otro, alternando las posiciones de ventaja y escapado siempre por los pelos. También fueron hermanos. En Roma los torturaron juntos. En Venecia se salvaron saltando a la Laguna desde el edificio en llamas en que intentaban achicharrarlos. En San Petersburgo se convirtieron en leyenda cuando, atrincherados  en las cocinas de un palacio, rechazaron tres ataques sucesivos luchando espalda contra espalda. Asolaron Europa borrachos de sangre y camaradería. Compartieron mujeres, peleas, lujos y miserias. Lideraron masacres y se enredaron en orgías de sangre y sexo. Durante años fueron amigos y rivales. Disfrutaron, compitieron, se traicionaron,...

Luego buscaron la redención, lucharon del mismo bando (el bando al que no pertenecían), amaron a la misma mujer,... siguieron rivalizando.

Ahora Spike estaba muerto – le costaba acabar de creérselo- y en el resultado final de su historia, Angel veía que Spike salía perdiendo abrumadoramente. Sobre todo había algo que desnivelaba definitivamente la balanza, algo que Angel no se podía perdonar: había sido él quien creó a Spike, él había forjado su existencia de monstruo. Angelus lo eligió como su discípulo favorito y lo modeló a su gusto. Con burlas, golpes, humillaciones y halagos, le empujó a seguir su modelo. Spike aprendió pronto la lección. Era listo el expoeta. No sólo igualó a su maestro sino que lo superó. Al menos en peligrosidad. Había algo sin embargo, la refinada maldad de Angelus, que Spike nunca rozó siquiera. Pero como asesino, Spike fue aún más letal que él. Esa fue la razón de su primer enfrentamiento en Yorkshire. Angelus, irritado por el peligro injustificado al que los arrastraba la loca temeridad de Spike, impuso su autoridad y, sobre todo, su fuerza. Después de los golpes, derribado contra una mesa, Angel sobre él, a punto de machacarlo, Spike seguía riendo: “No puedes acabar conmigo.” Y tenía razón.

Para Spike no había límite. “¿Por qué conformarse con alimentarse cuando se podía hacer historia?” Buscaba las situaciones más arriesgadas. “Vamos a divertirnos un poco más”- decía y se lanzaba de cabeza contra los enemigos más peligrosos. En aquellos momentos de temeridad insensata, parecía contagiado de la locura de Drusilla. Angel lo recordaba así, manchadas las ropas de sangre, riendo y con un brillo de excitación en los ojos. Jamás iba por una presa fácil. Rehuía los niños y las mujeres, sobre todo si eran de edad avanzada. Las jovencitas no era cosa de desperdiciarlas, claro; siempre eran un bocado exquisito, de múltiples formas disfrutado, pero por lo general él siempre elegía al joven más robusto como primera víctima. Al principio Angelus pensó que se trataba de una inteligente estrategia de caza: deshacerse primero del mayor peligro. Después comprendió que la audacia era una forma de su locura: Necesitaba la excitación de saberse en peligro. Necesitaba medirse constantemente y saber que en cualquier momento una estaca podía atravesar su corazón. Spike ponía apasionamiento en cuanto hacía y su impulsiva forma de ser se reflejaba también en la caza, pero aquello iba más allá del instinto y de la locura. Entre risas y sarcasmos, Spike mataba con desesperación.

 

 

 

Cuando Angel abrió la puerta, Buffy seguía esperándolo.

Esperando en todos los sentidos. Había venido en busca de unas respuestas que él no podía proporcionarle. Intentó disculparse mientras le acercaba una taza de café.

- Lo siento mucho, Buffy. Quisiera serte más útil, pero no puedo darte ninguna información. Apenas tuve unas horas el amuleto en mi poder; en cuanto conocí su poder fui a ponerlo a tu disposición. Cuando me hiciste volver a Los Ángeles, dejé de saber nada del asunto. Casi ni puedo recordar cómo era el talismán.

- Yo lo recuerdo muy bien- dijo Buffy, al tiempo que sacaba del bolsillo trasero de su vaquero un papel doblado en cuatro. Cuando lo extendió, Angel pudo ver que se trataba de un dibujo hecho a lápiz en el margen de una hoja en la que había impresa también una noticia de internet en caracteres cirílicos, junto a la fotografía de un palacete decimonónico.- Giles y Willow han estado investigando. El dibujo es de Giles.

         - ¿Y la noticia?

- Es de la prensa digital rusa. No menciona al amuleto y quizás no tenga nada que ver, pero es la única pista que encontramos. El palacio es el del conde Rimsky, un aristócrata ruso famoso en ambientes ocultistas del siglo XIX. Fue el último dueño conocido del amuleto, que desapareció junto con su dueño en la Revolución del 17. La noticia dice que el palacio Rimsky, actualmente reconvertido en museo, fue escenario de un audaz robo unos meses antes de que el talismán llegara a tu poder. Según el periodista, los ladrones se llevaron sólo unas joyas sin excesivo valor, pero aún había algunos objetos de la colección Rimsky sin catalogar en el sótano y se desconoce si se apropiaron también de alguno de ellos.

-  Podemos apostar a que sí. No se organiza “un audaz robo” para llevarse sólo bisutería.

- Eso pensamos nosotros también.

- Dime ¿qué sabes del robo?

- Audaz y limpio. Ni siquiera atacaron a los de seguridad

- Un robo de guante blanco, en el que se inutilizan todas las alarmas eléctricas.

- Cierto.- Buffy le miró con asombro- ¿Cómo sabes lo de las alarmas?

- Creo que tengo una idea de quién ha sido. Ahora sólo tenemos que encontrarla.

- ¿Encontrarla?

 

***

Pensó que sería difícil dar con Gwen Rayden. Prácticamente imposible en realidad, no sólo porque ella había puesto tierra de por medio cuando las cosas tomaron mal cariz, sino porque la joven era una experta ocultándose y tenía a su alcance todos los recursos para hacerlo.

Pero Angel descubrió que ahora él también tenía todos los recursos. Un par de llamadas a algunos de sus nuevos empleados de Wolfram and Hart y la insinuación de que le gustaría hablar con la señorita Rayden bastaron para que dos o tres departamentos enteros se pusieran al momento a la tarea de satisfacer los deseos del jefe con la prontitud y eficacia que caracterizaba al bufete.

En cualquier caso, ni siquiera W & H  podían hacer milagros. Necesitaban unas cuantas horas para localizar a Gwen y preparar el encuentro. Angel propuso a Buffy ir a su casa para descansar un rato. La muchacha aceptó. Había hecho un largo viaje y le vendría bien ducharse y cambiarse de ropa. Además, para seguir la nueva pista, no tenían otra opción que esperar.

Ya en el coche, Buffy preguntó:

-          ¿Quién es esa mujer a la que vamos a ver?

-    Gwen. Una chica extraordinaria. Tiene un don excepcional que ha sabido aprovechar en su beneficio.  Produce descargas eléctricas. Por cierto, te aconsejo que no te acerques demasiado a ella, si no quieres ser electrocutada.

-    ¿Y qué beneficio obtiene de esa...”peculiaridad”? –

-    Es capaz de reventar cualquier sistema de seguridad – Angel especificó.- Dicho de otra manera, es ladrona profesional.

       Buffy se unió a su sonrisa sin alegría

-    ¡Cómo han cambiado las cosas! Antes sólo nos enfrentábamos a vampiros, monstruos y demonios. Ahora hay que vérselas con abogados, millonarios y ladrones de guante blanco.

-    ¡Y no te olvides de Hacienda!- ironizó Angel – Ellos y la normativa municipal me pusieron en un verdadero aprieto en el Hyperion.

-    Sí, todo era más sencillo en el pasado. A veces me gustaría volver a aquellos tiempos.- suspiró Buffy.

- Es imposible.- Angel ratificó la melancolía de la muchacha.- Nosotros somos quienes hemos cambiado. De los viejos tiempos sólo queda Dru.

- ¿Sabes dónde está?

- No. Y no quiero saberlo. Espero que no vuelva o tendré que matarla también.

- Has matado a muchos vampiros... – Buffy había puesto voz a los sombríos pensamientos de Angel.

- Sí.

Había matado a muchos vampiros pero, sobre todo, había matado a determinados vampiros. Acabó con Darla sin pestañear cuando fue una amenaza para la Cazadora y ahora de alguna manera, también había llevado la muerte a Wi... a Spike. Sólo quedaba Drusilla.

Se hizo el silencio entre ellos.

 

Cornualles, 1881

 

Ante la turba enfurecida que avanzaba con palos, antorchas y horcas, no quedaba más que la huida. Darla llegaba en aquel momento corriendo por el pasillo, con los bajos de su vestido destrozados y una manga desgarrada. En cuanto entró, ayudó a los dos hombres que corrían una pesada alacena.

-    Tenemos que escapar. No podemos enfrentarnos a tantos.

-    Nos abriremos paso por ahí.- Angelus señaló el corredor que se dirigía hacia los dormitorios. La horda de sirvientes aún subía por la escalera y retirar la alacena les llevaría algún tiempo. Quizás fuera suficiente para llegar por el tejado hasta los cobertizos.

-    ¿Dónde está Dru? –preguntó William que parecía no prestar ninguna atención a los planes del jefe.

-    Se quedó atrapada en el piso inferior- explicó Darla.- Han dado fuego a esa zona.

William no se lo pensó. Desoyendo las llamadas de Darla que aseguraba que ya no podría salvarla y los juramentos de Angelus volvió sobre sus pasos por el corredor y entró en una habitación desde cuya puerta abierta vislumbró una amplia terraza por la que empezaba a entrar el humo del incendio que se extendía por el primer piso. Se descolgó por los barrotes de la balaustrada para dejarse caer en el balcón que estaba justo debajo y avanzó después casi a ciegas entre el espeso humo que invadía ya todas las estancias.

El humo no podía asfixiarlo, dado que no respiraba y, probablemente, era también la razón de que no quedaran humanos furiosos por allí. Todos estarían intentando dar caza a Angel y Darla. Pero el fuego era un peligro inminente que podía atacarle al abrir cualquier puerta y, sobre todo, le angustiaba ignorar dónde y cómo estaba Dru. Avanzó llamándola a gritos, esquivando maderas calcinadas y trozos de techo que le caían encima.

Finalmente la encontró. Inconsciente, cercada casi por las llamas, y con quemaduras por todo el cuerpo, pero aún viva. La tomó en brazos y consiguió alcanzar la entrada principal de la casa. Para salir al exterior tuvo que deshacerse a puñetazos de un par de criados que le hicieron frente, algo no demasiado sencillo puesto que mientras luchaba debía cargar también con el cuerpo inerte de Drusilla, pero nada ni nadie habría podido separarlo de ella aquella noche. Supo que la fortuna le sonreía cuando vio a lo lejos, junto a las cuadras, a Darla y Angel, que también habían conseguido salir y que intentaban hacerse con unos caballos. Corrió hacia ellos y poco después los cuatro cabalgaban huyendo de aquel lugar en el que habían estado a punto de encontrar el final de su existencia.

 

 

 

Se refugiaron una casa abandonada, medio derruida en un bosquecillo y durante unas cuantas noches se mantuvieron ocultos. A Angelus con la inactividad le llevaban los diablos. Sentirse como un animal enjaulado era algo que no podía soportar. Darla lo sobrellevaba con filosofia. Era la más pragmática e inteligente de los cuatro y sabía que la paciencia era una virtud muy conveniente en tiempos de zozobra. William se mostraba ajeno al peligro que les rondaba y a las incomodidades del lugar. Por el contrario, parecía incluso contento de la situación porque así podía dedicarse a Dru con exclusividad. Era al único al que ella permitía cuidar de sus heridas.

Cuando recuperó la consciencia, el dolor de las quemaduras era horrible. Dru lloraba y gemía y se retorcía al menor roce de su piel en carne viva. Pero William lo había previsto. Mientras Drusilla estaba aún sin sentido y pese a la prohibición expresa de Angelus, había vuelto a la ciudad y se las había arreglado para conseguir opio, además de vendas y otros calmantes y medicinas. Cuando regresó después de que algún boticario pasara a mejor vida, William sólo esperaba que la paliza que Angelus le iba a propinar por desobedecerle no le dejara tan baldado como para no poder atender a Dru. Sorprendentemente, Angelus no le pegó. Se limitó a escupir algo sobre la imbecilidad de quienes no sólo se arriesgan para nada sino que además ponen en peligro a otros y le dejó en paz. Se sentó en el rincón más oscuro del cuartucho y desde allí estuvo observando cómo William murmuraba palabras tranquilizadoras a Dru mientras con infinita paciencia y suavidad intentaba quitarle las ropas quemadas que habían quedado adheridas a su piel.

Al principio, la muchacha no admitía ni siquiera que la rozara. Luego, poco a poco, los calmantes y, sobre todo, el hechizo que William ponía en el susurro de su voz fueron tranquilizándola. Desde la sombra, Angelus contemplaba absorto cómo William conseguía apaciguar el desasosiego de Drusilla. Aquello era verdadera magia. Sin duda, lograba calmar incluso su dolor, pero sobre todo, le transmitía paz, confianza, descanso. No podía entender qué le decía, pero no dejaba de hablarle y su tono, más que sus palabras, era un bálsamo más poderoso aún que el opio que le había administrado. De pronto Angelus comprendió que William le estaba cantando. Era una de aquellas cancioncillas con que las madres consuelan al niño que se ha hecho daño. Cantaba mientras sus manos aristocráticas extendían un ungüento sobre el pobre cuerpo martirizado de Drusilla y establecía entre los dos una intimidad que nada exterior podía alcanzar. Angelus miraba fascinado.

William era especial. Distinto a cuantos vampiros (y quizá también humanos) había conocido anteriormente. Su voz masculina entonaba la canción infantil y parecía un sortilegio que mantuviera a Dru bajo su protección, segura y lejos de cualquier peligro, entregada a sus manos que recorrían suavemente la carne blanca en un gesto que tenía tanto de curación como de caricia. A su contacto la comezón de las ampollas parecía remitir, mientras William, dulcemente, ponía el bálsamo, apenas un roce delicado,  en el cuerpo anguloso de Drusilla, en la piel levantada de sus hombros, en sus brazos llagados y en sus pechos de niña.

Irradiaba amor.

La cancioncilla acababa haciendo el signo de la cruz sobre el daño que pretendía curar. Angelus se lo había visto hacer a los campesinos con sus hijos y se preguntaba si William, llevado por los recuerdos de su infancia, cometería aquella equivocación. No. Finalizó con un beso, ligero como la brisa, sobre la carne viva de la herida de peor aspecto y con una sonrisa.

 

 

 

A partir de entonces Drusilla miró a William de una forma distinta. “Su gentil caballero” le llamaba. Angelus sabía que no lo amaba como William desearía. –Era imposible, puesto que los vampiros no pueden amar. En realidad, eran los sentimientos de William los que surgían contra natura. Él siempre anhelaba absolutos y lo imposible era su única meta – Drusilla ni siquiera se le entregaba con la sumisión y pasión que concedía a su sire, pero el poeta había creado un lazo indefinible, algo invisible pero palpable, entre la joven perturbada y él. Era como su hermana pequeña, reía con él, cazaban juntos y aunque Dru admitía sin protestas que Angelus, el amo y señor, moliera a palos a su caballero, luego siempre acudía a su lado para dedicarle una caricia o una de sus cancioncillas absurdas. De hecho, había dejado de importarle que Darla fuera la favorita. Compartía la cama de Angelus o la de Spike, o a ambos, cuando se lo solicitaban o cuando a ella le apetecía, a eso nunca le había concedido demasiada importancia, pero después del sexo, fuera con quien fuera, adquirió la costumbre de ir a dormir con Spike.

Angelus pensó que no le importaba. Había destruido la vida de la novicia, la había convertido en una loca fuerza del mal, era su sumisa esclava y lo veneraba. Frente a eso, junto a quién descansara era irrelevante. No cabía duda de quién mandaba en el clan, los episódicos intentos de Spike por disputarle el poder fueron rápida y eficazmente reprimidos, pero... en el fondo, aunque no quisiera confesárselo a sí mismo, Angelus tenía la sensación de que algo de Drusilla lo había perdido para siempre, algo que William le había quitado, quizás sin ser siquiera consciente de ello. Durante unos meses lo golpeó aún más, desfogando en él un rencor sordo e ilógico que se había instalado en su oscuro ser. Con su innato talento para el mal, aprovechaba las oportunidades más nimias para mortificarlo. Lo humilló hasta límites inconcebibles esperando que se rompiera.

William se rompió muchas veces. Angelus se reía de sus lágrimas. Le llamaba “vampiro de cristal”, tan frágil que cualquiera podía hacerle añicos. Luego se cansó porque comprendió que el juego era inútil. A William podía destrozarlo una y otra vez, pero, en el fondo, era indestructible. No era un vaso de agua que pudiera hacer pedazos. Era el agua. Dúctil, transparente, irrompible.

Se resignó. Drusilla, su obra maestra de corrupción, seguía igualmente loca, perversa y sumisa a sus deseos. Aunque hubiera ahora algo, aquellas escasas migajas que recogía William, que él quisiera también para sí – Angelus lo quería siempre todo- y que no podía tener.

Y Angelus finalmente comprendió que no era a Drusilla a quien quería tener. Era a William.

 

***

 

En el coche, Angel regresó de sus recuerdos.

-          No quiero tener que matar a Dru. – Miró a los ojos verdes de Buffy.- William

la amaba.

Buffy ya lo sabía. ¿Por qué mencionaba él esa verdad obvia? La frase de Angel callaba lo implícito, esas cosas que los vampiros como él y Spike nunca decían en alto. No mataría a Dru por William. Ése sería su homenaje. Al menos eso, después de la muerte, no se lo quitaría. Esperaba no tener que hacerlo.

 

 

Spike y  Angel volvieron a encontrarse fugazmente en China, durante la Rebelión de los Bóxers.

 

 

China, 1900

Cuando Darla presentó el viejo conocido a la pareja, Spike lo miró de arriba abajo. La situación había cambiado radicalmente. Angel, víctima ya de la maldición gitana, era una sombra maloliente que deambulaba alimentándose de las ratas del puerto y Spike estaba en su momento de máxima gloria. Aunque las decisiones importantes, como siempre, las tomara la matriarca, Darla, Spike era el jefe del legendario clan de vampiros. Regía la estirpe del Maestro y acababa de matar a una cazadora. Estaba exultante, poderoso, con la belleza de su eterna juventud y el orgullo de poder conquistar el mundo si se lo proponía. A su lado Drusilla, como una gata mimosa, se colgaba de su brazo y le hacía sentir el espejismo de que tenía cuanto pudiera desear.

No se opuso a los deseos de Darla de que Angel regresara al clan (Los deseos de Darla eran ley), pero aprovechó un momento a solas para dejar las cosas claras:

-    Ahora yo soy el jefe. Y Drusilla es solo para mí. El resto podemos compartirlo. No tengo inconveniente en que te quedes, pero si vas a disputarme el poder o a Dru, discutámoslo ahora.

Viendo a Spike tenso, en guardia, un magnífico macho joven dispuesto a luchar por la primacía en la manada, por primera vez Angel se sintió viejo y cansado.

Seguía siendo más fuerte que Spike. Aunque la mala alimentación lo había debilitado algo, su cuerpo sólido frente al espigado de Spike le daba aún muchas opciones de victoria. Anteriormente, a mordiscos y puñetazos, habría devuelto a su sitio al mocoso. Ahora sin embargo, le inundaba el hastío y la convicción no sólo de que no merecía la pena, sino de que todo aquello era estúpido. Angel sólo quería un lugar seco donde dormir y quitarse de encima el hedor a cloaca. Cansadamente asintió.

-    Muy bien, Spike, tú eres el jefe.

Algo cambió en la mirada del joven. Su tensión se diluyó y una sonrisa, apenas insinuada, pero llena de calor, distendió sus labios al tender la mano a Angel.

-    Me alegro de que vuelvas con nosotros.

Y mientras le estrechaba la mano, Angel se preguntó cómo, por Dios santo, era posible. ¿Cómo podía Spike sentir aún afecto por él?. Porque, además del orgullo por haberse ganado finalmente el respeto de Angel, el sire y la figura paterna del clan, era innegablemente sincera su alegría por recobrar el antiguo compañerismo. Después de todo el daño que había recibido de él, Spike volvía a aceptarlo sin reticencias. Quizás ni siquiera era consciente de la monstruosidad en que lo habían convertido. Quizás pensaba que su destino se lo había labrado él en exclusiva, sin la “ayuda” decisiva del odioso Angelus. Quizás ni siquiera pensaba en que fuera posible otra forma de existencia.

 

 

En casa de Angel, Buffy se había duchado y, perdido su cuerpo menudo en un enorme albornoz de Angel, esperaba en el salón mientras Angel acondicionaba para ella el dormitorio. Cuando él regresó, la muchacha se había quedado dormida en el sofá, con la televisión encendida y a sus pies la revista de arquitectura que había estado ojeando y que resbaló de sus manos en cuanto el sueño empezó a vencerla.

 

Angel la miró dormir. No era habitual en Buffy que se dejara rendir por el cansancio. Ni por las heridas, ni por la desolación. Era una luchadora y una superviviente nata, como todos ellos. Descansaba en los breves momentos de tregua justo lo necesario para reponer las energías y estar de nuevo en guardia al abrir los ojos. Acarició su pelo dorado, evitando despertarla. Durante unos momentos, él era su baluarte, el rincón del mundo donde sentirse segura para poder cerrar los ojos y olvidar el dolor por unos instantes, el cuerpo fuerte que velaría para protegerla de cualquier peligro. Como cuando la conoció, frágil niña elegida para enfrentarse a los demonios hasta que la destruyeran. Claro que también él había sido el peor demonio que quiso destruirla, Angelus. También le debía eso a Spike: que la ayudara contra Angelus.

 

 

China, 1900

 

-          ¿A dónde vas, Angelus? – Surgiendo de entre las sombras, sorprendió a Angel que, después del tenso enfrentamiento con Darla, deseaba alejarse cuanto antes de allí.

-          Déjame pasar, Spike. No quiero pelear contigo.

Procuró esconder entre sus ropas al recién nacido que intentaba salvar, pero el gesto de protección no pasó desapercibido para Spike. Con desdén, comentó:

-          Estoy ahíto de sangre de cazadora, ¿Crees que te voy a disputar un bocado tan mezquino?

Pero aquello no iba de alimento, ni de luchar por el poder. Angel pensó que Spike se merecía la verdad.

-          Me marcho.

-          ¿Por qué? – preguntó sin comprender aquella decisión absurda- Tú y yo juntos, seríamos invencibles. Podríamos dedicarnos a las cazadoras, los dos. Una vez que las pruebas, comprendes que no hay nada como ellas. Y siempre habrá una cazadora esperándonos. Sería tan excitante, disfrutaríamos como nunca con ellas...

-          Debo seguir mi camino.

La voz de Spike se hizo opaca. Su anterior intento de tentarle dejó paso a un comentario afilado como una navaja, y amargo como sólo el sarcasmo de Spike podía serlo en ocasiones.

- ¿De verdad crees que aún hay un camino para nosotros?

Entonces Angel lo comprendió. La miserable criatura en que se había convertido Angel, comprendió que había aún otro ser más digno de lástima: el vampiro sin alma que le miraba frente a frente, con la lucidez y sensibilidad íntegras del poeta que ya no podía ser, plenamente consciente de que para él no quedaba más destino que la loca carrera de asesinatos cuyo único fin era el nihilismo absoluto.

-          Spike...Sigues matando por desesperación. -Posó su mano sobre el hombro de su amigo.- Lo siento.

Sin brusquedad, pero con firmeza, Spike le retiró la mano. Angel habría querido decirle algo, darle una esperanza, algo con un mínimo sentido en la existencia maldita a la que Spike estaba condenado, pero sabía que no había nada y que no podía mentirle. De pronto, por los viejos tiempos, se sintió su hermano, su padre, el responsable del dolor infinito que adivinaba tras el sarcasmo del irreverente Spike. Ojalá hubiera podido entregar a Spike unas migajas de aquella alma suya que lo torturaba pero que daba una razón a su existencia. Quizás habría sabido aprovecharla mejor que él. Pero era imposible. Él era el único vampiro con alma y por un momento se avergonzó de aquella peculiaridad que lo hacía especial y lo situaba, sucio, pobre y aparentemente despreciable, tan por encima de todos los demás vampiros.

-          Tú no puedes entenderlo, Spike; no puedo seguir con vosotros. Ahora soy diferente.

-          Sí, eres diferente.- Spike pronunció sus palabras con una frialdad sobrecogedora- Tú siempre huyes.

Después le dio la espalda y se marchó sin siquiera mirarle.

 

Curioso pensó Angel. Curioso que Spike acertara tan a menudo. Ni siquiera sabía de qué estaba él hablando, pero Spike captaba siempre más allá de lo aparente. Sí, Angel acostumbraba a huir. Abandonó a su familia deslumbrado por el escote de Darla y la promesa de saldar cuentas con un padre que coartaba sus caprichos; escapó de su clan en Rumanía y de nuevo en China; abandonó a Buffy para ir a Los Ángeles; abandonó finalmente la vanguardia ante el apocalipsis dejando el amuleto para que otro enarbolara la bandera del heroísmo. Y siempre Spike, el loco, voluble, caprichoso y poco fiable Spike era quien se quedaba hasta el final para ver cómo acababan las cosas.

 

 

Volvieron a encontrarse casi un siglo después en Sunnydale, cuando el vampiro rubio y su loca amante aparecieron en California, y la Boca del Infierno se estremeció a su paso. Spike proclamó el estado de guerra. El submundo tembló, arrasó los viejos usos e impuso su ley: “Menos rituales y más diversión”. Y ¡qué diablos! seguro que lo disfrutó mucho mientras duró. Hasta que las cosas se le complicaron también a él. Angel sabía cuánto te complicaba la vida enamorarte de una cazadora y, para colmo, acabar con un alma en tu interior.

Entre una cosa y otra, Spike, que, como siempre, seguía los pasos de Angel, estuvo en los momentos y los lugares donde éste faltaba. Estuvo a lado de Buffy cuando Angel se marchó lejos, luchó primero contra ella y luego a su lado, la vio morir, y finalmente, había dado su vida por ella. Angel pensó que después de todo, la existencia de Spike parecía tener bastante más sentido que la suya.

 

 

GWEN

 

Los había citado en un saloncito reservado de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Al llegar, ya la muchacha los esperaba sentada ante un cockctail, enfundada de pies a cabeza en un ajustado traje de pantalón y corpiño rojo que no dejaba al aire más centímetro de su piel que la de su rostro. Incluso llevaba guantes. Gwen siempre simultaneaba el lujo más exquisito con las máximas precauciones de seguridad, ambos dignos de un jefe de Estado. Pero desde luego, si no se lo proponía ex profeso, era difícil que pasara desapercibida. Espectacular melena rubia y maquillaje sensual, exquisita y sofisticada, Gwen llamaba la atención en cualquier lugar donde apareciera. Cuando Buffy la vio, no pudo evitar compararse con ella. A su lado debía parecer una paleta, con sus vaqueros usados y una camiseta demasiado corriente.

Inmediatamente después de los saludos, Angel colocó sobre la mesa el papel con la noticia del robo y el dibujo del amuleto sobre la mesa,

-          Es obra tuya.

Más que una pregunta, parecía una afirmación pero Gwen mantuvo su gesto imperturbable.

-    ¿Por qué iba a serlo?

-    Vamos, Gwen. Tiene tu marca de fábrica. Ni que lo hubieras firmado. Dinos si te llevaste el amuleto del palacio y quién te ordenó robarlo.

Buffy intervino antes de que ella se lanzara a las evasivas.

-    ¿Qué era concretamente ese medallón?

Gwen inició una respuesta ambigua, aunque sin demasiada convicción.

-    Sé lo que todos. Justo lo indispensable para hacer mi trabajo.

-    Comparte tus conocimientos, Gwen. –pidió Angel- Sin duda nosotros sabemos menos aún.

La espectacular rubia suspiró resignada.

-    Es un talismán místico. Básicamente, un acumulador y emisor de energía. En condiciones normales, inerte, pero potencialmente muy peligroso. Te aseguro que, dadas mis características, me hizo sentir sudores fríos cuando lo manipulaba, aunque extremé todas las precauciones para aislarme. –Se encogió de hombros- En cualquier caso, no me pasó nada. Aunque sea un monstruo, sigo siendo humana. Podríamos decir que al talismán lo dejo frío. Soy insignificante para él.

-    ¿Cómo funciona? – preguntó Buffy.

-    Es como un sistema de aumento. Absorbe la energía del portador, la multiplica millones de veces y la irradia convirtiéndose en un arma de increíble poder destructivo. No creo exagerar si digo que puede ser comparable a una bomba atómica.

-    No exageras- murmuró Buffy.

-    Buffy viene de Sunnydale- explicó Angel.

-     Así que era eso era el “terremoto” que destruyó la ciudad y del que hablan los informativos ¿eh? ¿El amuleto se activó? – Angel asintió en silencio- ¡Vaya! Creí que sólo era una posibilidad teórica. ¿Y cómo? La teoría dice que se necesita algo más que un hombre como portador...

-    “Un ser más fuerte que un hombre pero con alma”- ratificó Buffy.

Gwen miró a Angel sorprendida.

-    O sea, que era para ti. Pero no entiendo...- murmuró.- Si el medallón ha sido activado, el catalizador, es decir, el vampiro con alma, acabaría destruido. En estos momentos deberías estar un poco más chamuscado, Angel.

-    No fui yo quien lo llevó. Había otro vampiro con alma.

-    Pues has tenido mucha suerte. Y mala fortuna el otro.

Se produjo un doloroso silencio que acabó rompiendo Buffy con un comentario amargo:

-    Sí, un bonito kamikaze tu amuleto: se llevó consigo vidas muy valiosas antes de ser destruido.

-    Error- puntualizó Gwen- La leyenda lo llama “el destructor indestructible”. Podría haber resistido. Claro que sólo es una leyenda, y que tanto da que se haya fundido como estar debajo de toneladas de escombros de una ciudad arrasada.

Angel hizo derivar la conversación hacia otro tema que le interesaba aún más.

-    Todavía no nos has dicho quién estaba detrás del robo.

-    Angel, ¿no sabes que en este trabajo la confidencialidad es importante? ¿Por qué crees que te voy a decir algo así?

-    ¿Porque somos amigos?

Los labios escandalosamente rojos de Gwen dibujaron una deliciosa sonrisa.

-    No hay amistad que valga ante el secreto profesional.

Angel insistió con su tono más convincente.

-    Por favor, Gwen. Es muy importante para nosotros. ¿Quién te encargó el trabajo?

La súplica de Angel era tan sincera que la muchacha vaciló. Finalmente, reconsideró su negativa.

-    Está bien, te lo diré. Pero no por amistad, Angel, sino porque no tiene mucho sentido guardar el secreto ya que... en definitiva, has sido tú.

Buffy y Angel la miraron estupefactos. Gwen se dignó añadir una breve explicación:

- Tú eres ahora quien dirige Wolfram and Hart y Wolfram and Hart es quien me contrató.

 

  

***

 

Habían hecho el viaje de vuelta prácticamente en silencio. Ya en su casa, Angel se sirvió un vaso de whisky. No estaba de humor para sangre tibia, aunque sabía que tampoco el whisky le iba a hacer ningún efecto. Lo mismo daría que se tomara un vaso de leche caliente y se fuera a dormir como si no pasara nada. ¡Como si no pasara nada!

Más que abatido, se sentía abrumado por la situación. Juguete ignorante de fuerzas que lo habían utilizado en sus malévolas intrigas. O sea que Wolfram and Hart se había desecho de un rival peligroso como el Primero gracias a su ayuda y, de paso, había querido quitarse de en medio de una vez por todas la posible amenaza del vampiro del sanshu. O quizá fuera precisamente al revés, quisieron aprovechar un apocalipsis para destruirlo. Y como no lo habían conseguido, la jugarreta más inteligente era que al final se lo habían ganado metiéndolo en su mismo equipo al ofrecerle la presidencia del bufete. ¡Y él había aceptado como el niño al que le dan un caramelo para que deje de molestar!

-    ¿Cómo he podido hacerles el juego de una forma tan estúpida? –habló para sí en alto.

Buffy intentó calmarlo.

-    Ninguno de nosotros sabía que hubiera alguien más detrás.

El consuelo no le servía de mucho. ¡Iba a mandar a paseo a toda aquella horda de indeseables, abogados y farsantes! Su impulso se heló casi inmediatamente. Al fin y al cabo, ya no servía de nada. La situación tampoco cambiaba tanto: desde el principio supo a qué se arriesgaba metiéndose en aquel antro de maldad. Además, el propósito inicial seguía siendo el mismo: destruirlos desde dentro. Y en cualquier caso, había hecho un pacto que no podía romper: Connor... ¡Mierda! Estaba atado de pies y manos.

Y en cualquier caso, todo eso no era lo peor. Lo peor era tan terrible que casi no podía asumirlo. Se obligó a oírselo decir en alto, porque era un trago que debía apurar. Su voz tembló un poco:

-    O sea, que el culpable de la muerte de Spike soy yo.– Las manos del impertubable Angel esbozaron un gesto de desesperación. Después las unió apretando con tanta fuerza que los nudillos se volvieron aún más blancos. La tensión que afilaba su mandíbula cedió un poco cuando volvió a hablar- ¿Cuál era la obra: Edipo, rey, no? Buscando al asesino del rey al final descubre que el asesino es él.

Buffy se sentó a su lado y posó su mano sobre las de Angel. Con suavidad y persuasión, le contradijo.

-    Eso no es cierto. Tú no eres el culpable.

-    ¿No? ¿Cómo lo definirías tú? Murió en mi lugar, dirijo la sociedad que lo planeó y prácticamente, le puse el amuleto al cuello

-    No. – dijo Buffy, con los ojos arrasados en lágrimas.- Eso lo hice yo.

 

 

Sunnydale, unos días antes.

 

En la noche, cálida, tan dulce como estar en sus brazos, Buffy acarició el pelo casi blanco de Spike.

-¿Sabes por qué serás el portador del talismán?

-    ¿Porque Angel es demasiado grandullón para hacer de Frodo?

Buffy no pudo evitar sonreír. Eran las cosas de Spike. Conseguía poner una sonrisa traviesa en mitad del Apocalipsis. Y disfrutar superando a Angel. Ése era un placer al que no renunciaría por nada del mundo.

-    No. Pondré sin dudar mi vida en tus manos, porque ahora tú eres mi  campeón. ¿Lo sabes, verdad?.

Spike entrelazó los dedos de su mano con los de ella.

-          Lo sé.

 

 

 

-    ¿Le amabas? –preguntó suavemente Angel. Sintiendo que el corazón se le desgarraba al  esperar la respuesta que temía.- Antes de la batalla te pregunté si era tu novio y no me contestaste.

-    No sé lo que era Spike.- Con la misma suavidad de la pregunta, Buffy inició su intento de respuesta.- ¿Mi novio? No. No creo que esa palabra sirva para nosotros. Mi novio fuiste tú. Mi primer amor. El primero a quien me entregué. El que amé con todo mi ser. Por ti habría dado mi vida y sé que tú, por mí, perdiste tu alma. El amor entre tú y yo era especial, Angel. Único. Nunca podré sentir por nadie lo que sentí por ti.

         Lo que tenía con Spike era distinto. – Buffy le miró a los ojos, los suyos llenos de sinceridad, dolor y algo indefinible, pero implacable.- Eso también significa que nunca sentí ni podré sentir por ti lo que sentía por Spike. Le odié y le humillé demasiado, le golpeé, me entregué a él, hicimos el amor como jamás lo hice contigo, inmisericorde, depravado, turbio, irrefrenable... Y luego le destrocé, le perdí, le recuperé, le admiré, confié en él con una fe ciega, absoluta, le comprendí. Le amé. Todo demasiado fuerte: demasiado odio y demasiado amor; demasiado encenagamiento y también una generosidad absoluta. Spike era así. Muy distinto a la primera ilusión de una adolescente. No, no era mi novio. Era mi amor. Como lo fuiste tú, pero tan diferente... Más intenso. Más maduro. Mucho más oscuro. Y también más luminoso.

 

Una tristeza indefinible se adueñó de la estancia. Buffy era incapaz de recordar a Spike sin que las lágrimas acudieran a sus ojos. Angel sentía una infinita sensación de derrota. Finalmente fue ella quien rompió el silencio:

-    Voy a hacer mi bolsa de viaje. Mañana temprano tengo que coger el avión para Londres.

Angel asintió sin levantar siquiera la vista del suelo.

 

 

         Cuando Buffy regresó minutos después lo encontró en la misma posición. El vaso de whisky mediado en las manos, la cabeza hundida entre los hombros y la mirada perdida en algún punto indefinido de la pared del frente.

 

Se sentía tan cansado... Tan asediado por la desdicha que ya no podía continuar defendiendo la frágil plaza que era su existencia sin rumbo. Nunca podía retener nada que realmente valiera la pena. Todo se le escapaba de entre los dedos, como cuando se intenta en vano apresar la arena de la playa: Buffy, Cordelia, Connor,... y ahora Spike.

         Notó que Buffy se acercaba a su espalda. Fingió concentrarse en su vaso de bebida para que ella no advirtiera su turbación. Inútil. Si Buffy se le acercaba era precisamente porque había notado cuánto necesitaba una voz amiga. Además, no podía ocultarle esto a Buffy. Los dos compartían la misma pérdida. En realidad era la única persona en el mundo que sentía algo parecido a lo que sentía él. Buffy le puso la mano en el hombro. Y, de pronto, Angel sintió la necesidad irreprimible de abrazarla, fundirse con ella y que las penas de ambos desaparecieran unidos en un solo cuerpo, náufrago en la noche.

         Se volvió despacio, mirándose en el fondo de aquellas pupilas verdes que atesoraban tanto dolor y tanta comprensión. Era como un lago de aguas calmadas, un remanso donde le gustaría hundirse y desaparecer. Lentamente, Angel extendió su brazo, enlazó la cintura flexible de Buffy y la acercó hacia sí. Se inclinó sobre ella sintiendo que sólo en sus labios podía calmar la sed que lo torturaba. Buffy entornó los ojos y se rindió ella también en los brazos de Angel.

 

***

 

No. Tenía aún los besos de Spike en sus labios y en su mente el recuerdo de la última noche, la noche en que había sido amada como nunca lo sería. Con veneración. Ni siquiera sentir a Angel como el dique donde volcar su desesperación, podía llenar la ausencia, aquel vacío infinito. Puso su mano sobre el pecho de Angel y, firmemente, hizo que se apartara de ella.

-    Lo siento, Angel. No puedo. Al menos todavía no.

-    Spike.- musitó él.

-    Sí, Spike...

-    Lo entiendo.- musitó Angel retirándose un poco, pero reteniendo la mano de Buffy aún entre las suyas.

-    No, no lo entiendes.- Los ojos de Buffy se inundaron de lágrimas.- Tú no sabes en qué ser maravilloso se convirtió. No sabes qué generoso, noble y... espiritual llegó a ser. Era como la luz que lo inundó al final. Refulgía, pleno de amor, de generosidad. Heroico. Puede parecerte todo lo cursi que realmente suena, yo no tengo su habilidad con las palabras, pero... era... superior. Como un ángel. Yo lo sentí así. Aunque ironizara y siguiera siendo tan humano. No me digas, Angel, que los vampiros no sois humanos. Yo también sé la teoría, pero Spike lo era. Más humano que ninguno de nosotros. Siempre lo fue, y... entonces... – La voz de Buffy se quebró. La asaltó un sollozo irreprimible. Angel acarició su pelo en un gesto baldío de consuelo. Ojalá pudiera decirle algo que sirviera, pero sólo podía escucharla. Buffy continuó, sacando de su interior las palabras que la quemaban.– Entonces... cuando iba a morir, dijo que no era cierto que lo amara y me ordenó que me marchara.

Los sollozos asaltaban el cuerpo frágil de Buffy. Angel la atrajo hacia su pecho y la abrazó.

-          Hiciste lo que él quería: que escaparas con los supervivientes y te salvaras.

Pero la angustia de Buffy, llorando en los brazos de Angel, era demasiado grande, incontenible.

-          No lo entiendes, Angel. Dijo que yo no lo amaba y no respondí. – Repitió aquel hecho monstruoso que la torturaba.- No respondí. Sólo me fui y le dejé arder. – Angel se acercó aún un poco más, consciente de que ni siquiera sus caricias calladas conseguirían calmar el dolor de la muchacha. Ella volvió a repetir la idea que la atormentaba desde aquel terrible momento:-Murió pensando que nadie le quería.

En voz baja, suave, Angel dijo quizás la única verdad que podía consolarla.

-          Pero todos le queríamos, Buffy. Tú y yo, al menos.

-          Pero él no lo supo... – se quejó Buffy, como el niño que necesita asegurarse de que el consuelo que le ofrecen no es ficticio.

-          Vamos, Buffy. Estamos hablando de Spike. Él te hacía una radiografía del alma con una mirada, aunque ni siquiera tuvieras alma. Seguro que sabía lo que sentías, incluso mejor que tú misma.  En el fondo él siempre supo más que los demás. Y tal vez eso era lo que realmente quería: un final noble, sabiendo que su generosidad salvaba todo lo que él amaba. Spike murió como el héroe luminoso que era.

 

Hablaba de Spike, pero Angel recordó también a William, el niño soñador, el frágil poeta, al que siempre se lo había arrebatado todo: vida, sueños, amor, dignidad... y que, sin embargo, siempre resistía. Perduraba. Tan excepcional como Spike, tan luminoso y heroico como él. William, Spike, la misma persona siempre resurgiendo para demostrar que tenía algo... superior. Algo con lo que él no podía competir

 Las lágrimas de Buffy resbalaban ahora mansamente por sus mejillas, Quería creer en las palabras de Angel y en definitiva creía en ellas, porque además sabía que eran ciertas. Finalmente, en brazos del otro vampiro que amaba, encontraba el bálsamo para su herida. Angel seguía acariciando su pelo y abrazando en silencio a la mujer que lloraba contra su pecho, comprendiendo que más que los besos de amante, necesitaba compartir con Buffy el dolor, la unión, el recuerdo de la persona amada. Y eso era consolador y hermoso.

 

 

Y de pronto... Angel se dio miedo. Porque junto al sincero afecto y admiración por el amigo muerto, allí, en un remoto rincón, agazapado, encontró también el viejo rencor de Angelus hacia quien, constantemente derrotado, indefectiblemente siempre le superaba.

  

FIN

 

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