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Spike y Buffy, amor y repulsión.

 La historia de las tres últimas temporadas de Buffy cazavampiros es, en gran medida, la historia de amor de Buffy con Spike, entendiendo que “historia de amor” es una forma provisional de describir una relación compleja que no encaja exactamente en lo que entendemos por esa denominación.

¿Es amor lo que les une? ¿Es lo mismo lo que sienten los dos? ¿Cambia ese sentimiento, sea cual sea, a lo largo de las tres temporadas? Demasiadas preguntas de difícil respuesta.

Las dos últimas, sin embargo, son menos comprometidas: Es claro que Buffy y Spike no sienten lo mismo el uno por el otro (La atracción de Spike suele generar el rechazo de Buffy; los encuentros sexuales que para uno son deseables, la otra los vive como motivo de vergüenza,...) y además no lo sienten al mismo tiempo (Están siempre en diferente fase: Spike se enamora cuando Buffy le desprecia; ella busca –y rehuye- el sexo, cuando él confiesa amarla; Spike es abandonado cuando quizá Buffy teme que sus sentimientos se ahonden...). Por supuesto la relación cambia a lo largo del tiempo igual que cambian también los sentimientos individuales de cada uno de ellos hacia el otro. Amor y odio, atracción y repulsión se entremezclan en los dos personajes, aunque hay que reconocer que, si bien ambos participan de todo ello, la mayor parte del amor la pone Spike (amor sui generis, es cierto) y la repulsión, Buffy.

 

En parte quizás la causa de tan encontradas emociones esté en que esta historia de amor tiene mucho de lucha por el poder, sobre todo para Spike[1]. El rey de los vampiros de Sunnydale ha pasado a ser vencido por su mayor rival (Angel), abandonado por su amada Drusilla, neutralizado (“castrado”) por La Iniciativa, se ha convertido en un paria entre los suyos, odiado por los monstruos, despreciado por los humanos, motivo de burla para los scoobies, mero superviviente obligado a rebuscar entre la basura y a suplicar la compasión de sus enemigos. Pero Spike es un superviviente nato, incluso a pesar de los momentos en que consciente de haber llegado a un punto en que es imposible caer más abajo, contempla el suicidio como única salida digna: una vez en clave cómica en su momento de mayor deterioro como vampiro en la 4ª temporada, y la segunda con la grandeza de un héroe trágico, ante la tortura del amor por Buffy en Fool for love. Del abismo, Spike resurge. Se hace con su cripta, se convierte en necesario, demuestra su valor protegiendo a Dawn, combate leal y valientemente... pero sigue siendo despreciado. El error es quizá admisible en Xander, poco dado a inteligentes conclusiones, pero resulta una dolorosa y cobarde vuelta atrás en Buffy, la Buffy que al final de la 5ª temporada “le trataba como un hombre” y confiaba únicamente en él como defensor de Dawn. En cualquier caso, es un error que Spike no comete. Él siempre sabe lo que vale. (“Yo sé quién soy” –le dice a la chica que intenta morder cuando cree que el chip no funciona). Spike tiene conciencia de su dignidad (que esa dignidad la relacione con su capacidad para matar es otra cuestión[2]). El error de bulto al negársela es de los demás, y muy especialmente de Buffy, que no es que no lo vea, es que no lo quiere ver. Spike se encargará de abrirle los ojos aunque sea a la fuerza. La temporada quinta había sido el aprendizaje de la renuncia por parte de Spike, pero sometiendo su deseo por Buffy había adquirido también la nobleza de un héroe positivo. La temporada sexta sin embargo, supone un paso adelante y otro atrás. Spike contempla, bastante sorprendido, cómo Buffy se echa en sus brazos. Y eso “cambia las cosas”. “Ha sido una equivocación”-se excusa Buffy. “¡Ha sido una condenada revelación!”- rebate Spike. (Smashed y Wreckled)

¿Qué ha cambiado? ¿Por qué considera Spike “toda una revelación” la apasionada noche de amor con Buffy? Por varios motivos:  en primer lugar, porque se da cuenta de que Buffy no era tan inalcanzable como él creía (Spike siempre ha pensado que Buffy no le ama. Lo decía al final de la quinta y lo repetirá en el desenlace de la serie); en segundo término, porque confirma que en ella hay algo oscuro, no humano, que les hermana; y, finalmente, porque él ya no está en un nivel inferior, sino que han pasado a ser iguales. El paso atrás sin embargo será que Spike persevera en su condición maligna, reflejado en el tipo de sus relaciones sexuales, y en convencer a Buffy de que él no va a ser más el cachorrito complaciente al que se puede aparcar cuando conviene. Basar su relación en una violenta lucha por el dominio -no olvidemos que se inicia con una paliza mutua- llevará a Spike a intentar retener a Buffy por la fuerza y eso será imperdonable. En definitiva, esa condición maligna, depravada que él nunca oculta, le costará el fracaso con que Spike salda la sexta temporada. En su particular descenso a los infiernos, Spike acabará perdiendo todo lo conseguido desde Fool for love. Tendrá que volver a resurgir del abismo.

 

Por otra parte está Buffy. Para ella el amor de Spike es motivo de horror. ¿Por qué? Si había buscado llena de ilusión otros amores, entregándose sin reservas a Riley, ¡e incluso a Parker! Bien, se podría pensar que la diferencia estriba en que ellos son humanos, el amor normal que una chica normal desea y que la poco normal Buffy anhela aún más. Pero también estuvo Angel. Angel era un vampiro, ella lo sabía y sin embargo se acostó con él con la dulzura de una adolescente que vive su primer amor. No vale, pues, decir que rehuye a Spike porque es un vampiro. Angel también lo era y no le supuso ningún problema, inicialmente al menos. ¿Por qué rechaza entonces a Spike? ¿Porque, a diferencia de Angel, no tiene alma? ¡Por favor...! Como si el alma de Angel no les hubiera supuesto otra cosa que disgustos. En realidad, si Buffy fuera lógica, debería pensar que la gran ventaja de Spike respecto a Angel es precisamente que no tiene alma que perder y por tanto su unión no implica el terrible dilema de apocalipsis o frustración, como le ocurría con su primer novio. De hecho la primera noche con Spike es algo absolutamente nuevo para Buffy, algo que no podían darle ninguna de sus relaciones anteriores, trágicas, pero apacibles y amorosas. El edificio derrumbándose en torno a los amantes entregados a una pasión desenfrenada es una metáfora bisémica: ese amor se construye sobre ruinas y en mitad de la destrucción, pero también muestra cómo las murallas caen, todos los diques se rompen y el deseo inunda irrefrenable sus vidas abocadas a verterse una en otra. Con Angel era amor, con Parker una ilusión equivocada, con Riley, el calor de una cotidianeidad confortable. Con Spike no puede ser nada de eso: Spike es violencia, pasión, peligro, deseo irrenunciable.La verdad del amor (...) no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo” –decía Cernuda [3].

 

Pero en realidad, esa es la cuestión: Spike no tiene alma, ergo es un vampiro sin atenuantes, o sea, a Buffy le supone lanzarse de cabeza y sin salvavidas a la lujuria y la depravación. Y reconocerlo. Y tener ante sus ojos la constatación de que le gusta, más aún, que le atrae, que no puede prescindir de esa relación turbia y absorbente[4], igual que Willow no puede prescindir de su adicción a la magia. El problema no es Spike, el problema es ella misma. Superar eso no será tarea fácil. Exigiría aceptarse mutuamente y a sí mismos, redimirse. “No es amor” insiste Buffy. “No todavía” responde Spike. Se verá si es una fanfarronada de Spike u otra muestra de su perspicacia habitual. Perspicacia que demuestra una vez más cuando en su grosero lenguaje le repite tras la noche de la “condenada revelación” que “si él es basura, a Buffy le encanta revolcarse en ella”. Por eso, la decisión de Buffy de cortar se sitúa paralela a la de Willow que inicia su “abstinencia” de magia. Junto a su amiga en periodo de “desintoxicación”, Buffy susurra también “se acabó” y no se refiere a que Willow deje los conjuros. A continuación se produce la primera escena de seducción de Spike, seducción a su manera, chulesca, irónica, agresiva, pero seducción al fin y al cabo: le acaricia el pelo, la aprisiona entre sus brazos arrinconándola contra la pared, le mete la mano en el pantalón para recuperar su mechero y, tras varios “amor”, se despide con el hiriente “Ricitos de oro” que tanto la molesta. Spike sabe que su papel ha cambiado, sabe que ahora él domina la situación, y aunque le acabe irritando que ella no lo admita, está muy seguro de sí mismo. Buffy sin embargo está aterrorizada. Lo primero que hace es ir a cortarse el pelo. Lo segundo, ir a acostarse de nuevo con Spike. (Invisible)

 

Irremediablemente atraída por Spike y convencida de que esa relación la degrada, Buffy está atrapada en una contradicción que no consigue resolver: deseo frente a deber. La propuesta de Spike está clara: ceder al deseo. Quizás porque nunca espera mucho de los humanos, Spike apuesta por los instintos más primarios y eso avergüenza a Buffy  (S- Haces que me duela donde nunca creí que podía dolerme. Nunca he estado con un animal como tú. / B-Yo no soy un animal. / S- ¿Quieres que te enseñe las mordeduras?)

 Paradoja: el ser de la muerte apuesta por la vida y el placer, mientras la Buffy que ha regresado a la vida, siente que debe reprimir esos impulsos. Y eso a pesar de que reconoce que sólo los momentos en que está con Spike siente algo, sólo entonces se siente viva. En el paseo por el infierno que es su actual existencia, como único Virgilio, Buffy sólo cuenta con ese ángel oscuro que es Spike.

En Cosas muertas vuelve a insistir en la imposibilidad del amor con Spike; no es casual que este gran episodio se abra con una conversación “conyugal” sobre la decoración de la cripta que tras las ironías de Spike (“¿Estamos teniendo una conversación?...¿No es ahora cuando me golpeas y te marchas?”) demuestra cómo entre ellos algo está creciendo, por mucho que Buffy se empeñe en negarlo. Es también el capítulo en que Spike intenta salvar a Buffy evitando que se entregue a la policía y eso le cuesta otra paliza, pero no una más, porque en ésta no intenta defenderse y se invierten los papeles más que nunca: el enamorado Spike a merced, por amor, de una cruel, por acorralada, Buffy. Pero sobre ese enfrentamiento clave habrá que volver después.

Buffy confiesa la relación con Spike a una comprensiva Tara. Pero Buffy no quiere su comprensión, le suplica llorando que no la perdone. Es decir es la propia Buffy la que no se perdona, la que considera la relación inadmisible, inmoral. Cree que es ella la que actúa mal, que hay algo que la hace no ser ella misma porque las relaciones sexuales con Spike las ve como intrínsecamente perversas. Además de buscar la explicación en sí misma, en su propia maldad (¿?), Buffy ha reiterado en diversas ocasiones que Spike no siente, que no es un hombre, que no puede amarla. (Teóricamente quizá, sí; pero en la práctica sólo cabe decir lo que Galileo: “Sin embargo, se mueve”. Negar el amor de Spike es negar lo evidente y ha dado tantas pruebas de ello que incluso la reina de la negación tendrá que acabar reconociéndolo al menos implícitamente. Por eso acaba rompiendo con él y por eso, en el momento de la ruptura se dirige al hombre que ella dice que no existe: William). No sé si la supuesta insensibilidad de Spike (¡Spike, insensible!, ¡por favor!) es para Buffy una excusa (no puede hacerle daño) u otro motivo –el motivo- para considerar envilecedores sus encuentros.

En cualquier caso, si Buffy aceptara que ambas premisas son falsas (Ella no es mala por acostarse con Spike; Spike sí la ama), podría superar la frustración que la atenaza. Está sometida a unas normas represoras que ella misma se impone.

La situación recuerda a la relación con Faith. Con Faith (“Veo, quiero, cojo”), Buffy descubrió la libertad sin cortapisas, cuando la única ley es la propia voluntad (o capricho) y no hay que por qué responder ante nadie. Lo mismo propugna ahora Spike. (Es curioso que los dos personajes sólo han coincidido una vez en la serie y en esa ocasión, Spike retrocedió ante Faith. ¡Este chico siempre es listo!). Pero si Faith era claramente transgresora[5], Spike podría ser liberador. Frente al dolor y a la desorientación vital de Buffy, el hedonismo de Spike parece un respiro en su encorsetada y reprimida existencia[6]. Las drásticas diferencias en los dos personajes aparentemente semejantes se aprecian en su reacción ante una crisis idéntica: la muerte accidental de un humano. Faith mata al ayudante del Alcalde. Buffy cree haber matado a Katrina. (En realidad, ha sido Warren). En los dos casos, Buffy tiene claro que debe someterse a las leyes civiles y entregarse a la policía y en los dos casos el otro (Faith, Spike) quiere evitar a toda costa esa solución. La diferencia está en las motivaciones de esa postura de eludir la responsabilidad: Frente al egoísmo indiferente de Faith que antepone su interés a lo moralmente correcto (“No me importa”), Spike actúa por amor a Buffy asumiendo él los inconvenientes de unas leyes que no comparte (“Me he encargado del asunto”). Pero en definitiva el hecho es el mismo y la postura de Buffy no puede variar. Ella sigue respetando las normas. Sabe que no puede dejarse convencer por la falsa dialéctica de Spike. (“¿A cuántos has salvado? Una chica no inclina  la balanza”). Claro que una chica inclina la balanza. No es una cuestión de número. Es una cuestión de estar dentro o fuera. De seguir una pauta ética o de lanzarse al absoluto vacío moral. Vuelve a ser un tema de “alma” y quizá por eso, Spike no puede (o no quiere) comprenderlo. Ella lo entiende muy bien y no cede a las componendas. Es un conflicto moral en el que Buffy está sola frente a los argumentos que esgrimen el amor de Spike e incluso la incomprensión de Dawn que necesita retenerla a su lado.

A pesar de todo, el episodio demuestra que Spike siempre está a su lado. Aunque Buffy no lo quiera ver, con Spike siempre puede contar. Más que con nadie. En todas las circunstancias, incluso en la sordidez del “Palacio de la hamburguesa”. Cuando todos se van, Spike, después de decirle lo evidente –que tiene que salir de allí-, regresa en la noche para darle lo único que puede ofrecerle: un polvo apresurado en silencio, en un sucio callejón, para compartir el cansancio durante el breve descanso de un trabajo alienante.  Quizá la escena más conmovedora de la sexta temporada.

Elevando a categoría el caso particular de la muerte de Katrina, este planteamiento explica la renuncia de Buffy al amor de Spike. Igual que no puede ceder a motivos de conveniencia, tampoco podrá ceder a enamorarse de alguien sin alma.

Pero la paradoja es que si cede a esa moral, también comete un daño moral: provoca el sufrimiento de Spike. ¿”Siempre se hiere a quien más se quiere”? Por eso ella se empeña en negar los sentimientos de Spike, pero la realidad es dramáticamente terca.

 

Y si Spike busca la autoafirmación, la lucha por el dominio en un planteamiento claramente sadomasoquista y a Buffy le supone una renuncia moral que no puede consentir, está claro que ese amor no puede ser. La ruptura es inevitable. (Y por primera vez es Buffy, la constantemente abandonada, quien abandona a su amante.) Si Spike y Buffy tienen alguna posibilidad, tendrán que buscarla por otros caminos en la séptima temporada.


[1] Como todo sadomasoquismo que se precie, se trata de dominio y sumisión. Y en sadomasoquismo, Spike, alumno aventajado de Dru, es un experto.

[2] Habitualmente se acusa a Spike de inmadurez [(“retrato del vampiro adolescente”, “es Peter Pan” (Rafael Marín), “Spike es muy inmaduro” (James Marsters)]. No entiendo por qué. Es tan inmaduro o tan poco como el resto de los personajes, incluido Giles que en ocasiones da muestras de una ingenuidad pasmosa. En realidad toda la serie se centra en un grupo de adolescentes y narra su proceso de “crecer y madurar”. (O sea, trasunto del viaje iniciático del héroe). En ese penoso avance a través de la vida, Spike tiene retrocesos lamentables, pero no más que otros personajes. Su particular descenso a los infiernos en la temporada sexta que culmina con el intento de violación, una forma efectivamente muy inútil, inmadura y adolescente de retener lo que se le niega, es tan irresponsable como la peligrosa dependencia de Willow con la magia o la confusión afectiva de la propia Buffy, sin hablar de la incapacidad para el compromiso de Xander o la demanda constante de atención  de Dawn. Es más, habitualmente es Spike quien dice las cosas más sensatas. Que su lengua sea el arma más hiriente y ofensiva, no impide que sea el instrumento para enfrentar a los scoobies con el sentido común.

En realidad, creo que el rasgo característico del conflicto de Spike es la búsqueda de su identidad, algo, sí, propio de la adolescencia, pero que en su caso tiene otras causas más concretas. Spike se ve obligado constantemente a reubicarse, a re-hacerse en circunstancias que varían radicalmente en distintos momentos de su vida y muerte. En primer lugar, Spike tiene que construirse a partir de las ruinas de William. Desde la vulnerabilidad del poeta inofensivo deberá surgir el vampiro y no uno cualquiera, sino el rival del poderoso Ángelus para poder competir por su amada Drusilla. Luego, una vez consolidado su estatus entre los vampiros, éste le es brutalmente arrebatado por el chip de La Iniciativa y tendrá que volver a empezar de cero abriéndose paso en el más bajo estrato del mundo tanto de los demonios como de los humanos. Finalmente, cuando ha conseguido cierta estabilidad poco gratificante (cripta, pareja –Harmony-, dinero de subsistencia... ), surge como el peor de los cataclismos su obsesión por Buffy y entonces el conflicto de identidad se vuelve clave. Conflicto no en cuanto que él no sepa quién es (Reitero, es perfectamente consciente: “Yo sé quién soy. Soy un monstruo, una criatura de la noche. Soy malvado. Mato. Eso es lo que hago”), sino en cuanto esa identidad no le sirve porque no es aceptada por Buffy. En primer lugar, la Cazadora ni siquiera le reconoce entidad (“Tú no eres un hombre. Eres una cosa”); después, aún habiéndosele entregado, Buffy le acaba rechazando precisamente por esa esencia demoníaca que Spike proclamaba orgulloso. [El pobre Spike siempre va un paso por detrás: cuando cree inutilizado el chip, se alegra porque volverá a ser el temible vampiro de antes, sin embargo, eso ya tampoco le serviría] Si quiere luchar por ella, no le queda más remedio que volver a cambiar, lanzarse al duro camino de la redención.

[3] Si el hombre pudiera decir lo que ama, / si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo / como una nube en la luz; /si como muros que se derrumban, /para saludar la verdad erguida en medio, /pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, / la verdad de sí mismo, /que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo”  (Luis Cernuda) .

[4] Más grave aún, la insistencia de Buffy en negar la menor relevancia a Spike (“No eres un hombre. Eres una cosa”) demuestra su desesperada – y equivocada- negativa a asumir una responsabilidad con la que no puede cargar. ¿Qué pasaría si Spike fuera algo semejante a un hombre y le tratara así? No se trataría sólo de romper moldes con una sexualidad poco convencional, sería una cuestión ética de mucho mayor calado. Buffy no puede moralmente tratar como un monstruo a quien tiene algo de humano. Sobre todo si ese monstruo es semejante a ella (más que otros amigos humanos), la comprende mejor que nadie, la ama y se acuesta con ella.

[5] Su actuación, moralmente reprobable, merece el rechazo de Giles, la desconfianza de Willow y finalmente el desmarque de Buffy

[6] Incorporando así las dos facetas del héroe de comedia: intruso y salvador, eiron y alazon. Spike, elemento extraño a la sociedad de Buffy, pone de manifiesto sus contradicciones y posibilita la salvación de la protagonista. Pero ella no acepta esa forma de salvarse.