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SEXTA TEMPORADA, EL DESCENSO A LOS INFIERNOS




...Jesucristo, Hijo Único (...), que vivió y murió por salvarnos. Fue crucificado, muerto y sepultado.

Al tercer día resucitó. Bajó a los infiernos...

(Credo católico)





Tras salvar al mundo con su sangre, arrojándose al vacío, brazos en cruz, Buffy muere al final de la quinta temporada. La sexta empieza con su resurrección no deseada.
En la progresiva oscuridad que va inundando la serie, la sexta temporada alcanza el punto de máximo pesimismo existencial. Una verdadera caída libre para todos los personajes, pero muy en especial para Buffy que, literalmente regresa de la muerte para ser abocada al infierno. Todos los aspectos de su vida van irremisiblemente mal y empeorando. -Y ello sin un verdadero malvado a quien combatir, aparte de los patéticos “pringados” del Trío. Demostración de que los peores monstruos están en nuestro interior.- Cada episodio baja un escalón más para hundirse en una sima de la que no parece poder escapar. El sentimiento de desamparo afectivo se acentúa al añadir a las pérdidas de la quinta temporada (nada menos que su novio Riley y su madre, Joyce), el abandono de Giles. Cada episodio incide en un aspecto de su deprimente existencia: el alejamiento y la incomprensión de sus amigos, la difícil convivencia con Dawn, el cúmulo de responsabilidades de adulta y cabeza de familia para las que no se siente preparada, los insolubles problemas domésticos, las estrecheces económicas, el trabajo alienante en el indescriptible Palacio de las hamburguesas... Capítulo tras capítulo, la vida de Buffy se hace más opresiva. No hay salida. Incluso lo que podrían ser motivos de esperanza se convierten en espejismos que aumentan el dolor. El regreso de Riley sólo sirve para ahondar la herida, para que contemple lo que pudo ser y rechazó. El amor de Anya y Xander que Buffy cree la demostración de que hay “una luz al fondo del largo túnel”, acaba siendo “sólo un tren”, otro tren condenado al descarrilamiento. Imposible contar con Willow que, cada vez más distanciada, es la última en enterarse de lo que le pasa a su amiga, suficientemente hundida en su adicción a la magia y en destrozar su relación con Tara. El amor de Spike, el único capaz de comprenderla, acabará encenagado en una pasión destructiva y vergonzante que quema imparable sus dramáticas etapas finales: ruptura, intento de violación y abandono.

Junto a Buffy, todos los demás personajes viven también sus propios infiernos: Dawn sufre la soledad y la falta de atención en una adolescencia problemática que le conduce a la cleptomanía. Giles agobiado por las dudas sobre su papel respecto a Buffy acaba por abandonar y “exiliarse” a Inglaterra. La entusiasta Anya verá desmoronarse sus ilusiones de la forma más cruel porque Xander es incapaz de asumir sus compromisos. Ni siquiera su fe en el capitalismo será un consuelo cuando la tienda de magia acaba en ruinas. No es raro que acabe renunciando a la humanidad y vuelva a ser demonio vengador. Spike, que al principio podría haber sido el personaje positivo y comprensivo, el apoyo para Buffy, acabará contagiado del desarraigo de la heroína y, constantemente rechazado, irá convirtiendo su amor obsesivo en rabia y rencor. Al final Spike es un volcán que necesita desfogarse y lo hará de la peor manera posible. Pero la verdadera protagonista del declive hacia el lado más oscuro es Willow. Durante toda la temporada ha fluctuado entre sobreponerse a su dependencia de la magia o ceder a ella. Eso estará a punto de costarle el amor de Tara, su verdadera fuente de equilibrio. Cuando parece haberlo recuperado, la muerte inesperada de Tara, desatará en ella las fuerzas del mal con tal violencia y poder que la convierten en el verdadero y sorpresivo Big Bad de la temporada y desencadenante del inevitable apocalipsis.

El pesimismo y los tonos oscuros van acumulándose sin piedad episodio tras episodio como negras nubes de tormenta que estallan irreprimibles en los ultimísimos dos o tres capítulos con un encadenamiento de acontecimientos terribles: deserción de Xander, consiguiente despecho y venganza de Anya y “traición” de Spike, intento de violación, muerte de Tara, magia negra de Willow que desuella a Warren, combate y vence a Buffy, casi mata a Giles y pretende destruir el mundo.
El torbellino de aniquilación arrasa con todo y parece imparable.
Salvo para el amor.
Y el héroe salvador no será esta vez la Elegida, sino quien se culpaba por ser el mayor inútil: Xander.

Sólo los minutos finales del ultimo capítulo suponen el anticlímax y la restauración de la esperanza. Si la temporada se iniciaba de noche en la tumba donde Buffy es arrojada a la vida, muy simbólicamente, se cierra con Buffy saliendo de otra tumba a un luminoso día y ahora acompañada de Dawn, que ha superado también el rito de madurez peleando codo a codo con su hermana. Willow, abandonado su aspecto de bruja malvada, llora en brazos de Xander, su amigo desde la guardería. Giles se pone de nuevo en pie apoyándose en Anya... La luz inunda todas estas escenas. Todas... excepto la última, el absoluto final de temporada que, como todos los finales en Btvs, abre una nueva e inquietante línea. Muy lejos de Sunnydale, en la oscuridad de una caverna africana, un maltrecho y resentido Spike reclama al ser que la habita, el premio que se ha ganado, aquello que ha ido buscando “para darle a Buffy su merecido”. Y el demonio accede: le concede su alma.

Pese a su opresivo desarrollo, el balance final de la temporada vuelve a virar, sorpresivamente, hacia la esperanza. Como tan a menudo ocurre en la serie, los caminos de Joss Whedon son inescrutables, pero al final, tras colocar a sus criaturas al borde del abismo y someterlas a los más demoledores sufrimientos, una luz se abre paso. Más aún, nos damos cuenta de que ése era el mejor modo de seguir adelante, quizás el único. En la trayectoria más amplia de la serie, la sexta temporada es el regreso del héroe al Mundo Ordinario, un regreso que él (ella) no desea porque ha conocido una existencia superior que le ha sido cruelmente arrebatada. Cruelmente, pero no sin motivo: el héroe debe regresar porque su destino es salvar el mundo. Buffy deberá aceptar su nueva existencia aunque en un principio le parezca insoportable. A veces hay que llegar hasta el fondo para impulsarse de nuevo hacia la superficie y ése es el significado de la sexta temporada. A lo largo de toda ella, Buffy ha estado cayendo. Sólo cuando haya apurado el cáliz del dolor, podrá renacer de su tumba. Y sólo entonces habrá conseguido el verdadero elixir salvador: el perdón. Buffy, forjada otra vez en los golpes de su nueva existencia, reaparece más madura, más tolerante, más fuerte porque ha adquirido una nueva superioridad: la de comprender a los demás, después de comprenderse (y perdonarse) a sí misma. (Willow sigue un camino semejante de degradación, pero ella se detiene en una etapa anterior. A falta de ver cómo evoluciona, Will ha ido más lejos, ha bajado más y no ha tenido tiempo –o capacidad- para hacer el enriquecedor viaje de vuelta que ha completado Buffy).

La catarsis aparece en una escena liberadora de todas las tensiones: Buffy cuenta entre lágrimas a Giles todas las cosas que han ido mal durante su ausencia, incluida su relación con Spike, y Giles estalla en carcajadas. La risa acaba contagiando a la propia Buffy que comprende que determinadas tragedias carecen de importancia si sabemos relativizarlas y actuar en consecuencia. A continuación, Buffy, más segura que nunca, toma el timón de su vida. Busca niñera para Dawn (Clem, en ausencia de Spike), recompone las exiguas fuerzas del bien en la tienda de magia, se enfrenta a Willow y detiene el caos. Lo habitual, pero en esta ocasión su actitud es diferente. Por primera vez, Buffy no se encarga de acabar con el malo, sino de intentar salvarlo. Aunque no logra evitar la muerte de Warren, se convierte en protectora de Jonathan y Andrew. Obligada a luchar contra su amiga del alma, dirá que “no quiere hacerle daño”. Incluso, ante un escandalizado Xander, Buffy al pensar como siempre en Spike para proteger a Dawn, parece perdonarlo. No sólo que la traicionara con Anya y que revelara su secreto a la pandilla, sino incluso el intento de violación. Si el amor entre Spike y Buffy tenía alguna posibilidad será sólo a partir de ahora, no antes. Ahora que cada uno de ellos ha conquistado lo que el otro le reclamaba: Spike ha conquistado su alma y Buffy ha conquistado el perdón y la tolerancia. (Y si no tienen posibilidades, no será por culpa suya)

Al final de la sexta temporada, Buffy ha alcanzado un nuevo nivel. Siempre ha sido el héroe de la película, quien vencía a los villanos, pero ahora se nos presenta con una luz nueva. Es un héroe redentor. Para eso ha tenido que descender al fondo del abismo. Profundamente humana, ahora es capaz de comprender las miserias porque las ha vivido en propia carne y, por eso, es capaz de trascenderlas. Su dolor es liberador porque le permite comprender y acoger a los que sufren ese mismo tormento. En claro paralelismo con Jesucristo, Buffy después del derramamiento sacrificial de su sangre para salvar al mundo y la consiguiente muerte en la quinta temporada, vive en la sexta el descenso a los infiernos. Sólo quien ha descendido a los infiernos, puede llamar a las puertas del Paraíso.