LA DESVAMPIRIZACIÓN DE SPIKE
Vuelvo sobre mi tema favorito para analizar la idea de que Spike no es un
vampiro.... normal, y cada vez lo es menos. (Menos vampiro, quiero decir; no
menos normal, aunque eso quizás también).
La idea es que, desde un principio, Spike presenta unos rasgos muy peculiares
que su peripecia en la serie no hace sino acentuar hasta convertir al personaje
en algo totalmente diferente de un vampiro típico del Whedonverso. Algo
semejante a lo que ocurre con Angel, quien también se sitúa por completo al
margen de sus congéneres, pero la diferencia es que Angel había dejado ya de
lado su naturaleza maléfica cuando se nos presenta por primera vez, -misterioso
protector de Buffy, víctima ya de la maldición gitana-, mientras que a Spike lo
vemos evolucionar hacia eso que he llamado “desvampirización”. Su trayectoria
post-mortem consiste, precisamente, en ir dejando a un lado sus rasgos
vampíricos para ir asumiendo cada vez más carácter humano. No sé si se puede
decir “recuperar”, porque en realidad, Spike humanizado es diferente del humano
William.
Empezando por el principio, recordamos que en el buffyverso, los vampiros no
surgen por mero accidente. Quien es mordido por un vampiro, directamente muere.
Sin más. Para convertirse en uno de ellos, el ritual es más complejo: la víctima
debe también beber la sangre de su sire. Debe, pues, ser elegido. Hay una
decisión deliberada y libre, tanto por parte del vampiro como del vampirizado.
Pero en el caso de Spike (Fool for love), recordemos que abraza el
vampirismo por puro dolor humano. Sus palabras posteriores agradecerán a Dru que
le liberara de una vida de mediocridad, pero en ese gesto desesperado del poeta
William que ofrece su cuello mientras derrama lágrimas de amargura ¿cuánto hay
de dolor, confusión, pura humanidad doliente por el desprecio de Cecily-Hallfrek?
Precisamente el exceso de sensibilidad es lo que lleva a William a convertirse
en vampiro. Y de ese lastre le va a ser difícil liberarse.
Además, el principio del fin del vampiro rubio está mucho antes de la
implantación del chip. Casi desde su aparición en Hard School (2x03) hay
pistas de que “aquello” no tiene mucha pinta de “terrible Big Bad” de temporada.
Su amor por Dru, la delicada atención hacia su “gatita”, su dedicación por
imponer a las tropas vampíricas de Sunnydale “su” orden (o sea, “menos rituales
y más diversión”) y sus prioridades (sanar a Drusilla, acabar con el
aburrimiento)... todo nos lleva a deducir que algo no funciona en las huestes
del mal como era esperable. Un detalle que marca la diferencia: los regalos de
Angelus y Spike a Dru. Spike le ofrece una joya, como lo haría cualquier rendido
enamorado a su pareja. Angelus le entrega un sanguinolento corazón humano. La
preferencia de Dru por éste es clara y la mirada de Spike, más que decepción,
señala la repugnancia de quien no sólo se siente postergado, sino también
incomprendido. Angelus y Drusilla reaccionan como los vampiros que son. Lo
sorprendente es la reacción de Spike. ¿Qué futuro puede esperar entre los
monstruos quien ni siquiera comparte sus apetencias?
El principio del declive de Spike como vampiro está ya en su peregrina decisión
de apoyar a “los buenos” (final de la segunda temporada) ante al apocalipsis
desatado por uno de los suyos, Angelus. Y en hacerlo por recuperar a Drusilla,
es decir, por amor. (El Manchester United sólo es una excusa) Vale que el amor
en esa pareja es muy peculiar y vale que hay también otras razones: rivalidad
masculina, ajuste de cuentas, revancha... y cierta desgana por las grandes
masacres en alguien que prefiere disfrutar tranquilamente de los placeres de la
existencia. Pero el hecho es que esa fue su primera sorpresiva redención. La
primera vez que, con una pirueta inverosímil, no sólo desertó de las filas
vampíricas, sino que su gesto le permitió eludir el castigo que como enemigo de
Buffy merecía. Un castigo que no le será ahorrado, en su forma más terrible, al
propio Angel.
En cualquier caso, después de detener un apocalipsis es difícil dar marcha
atrás. Spike no puede pretender que le acojan de nuevo con los brazos abiertos
aquellos a quienes ha estropeado la fiesta. Por lo menos el vampiro desertor
tendrá que pagar el alto precio de perder a Drusilla.
En la tercera temporada reaparece fugazmente en Lover´s walk. Además de
cómo contrapunto a la pareja Buffy-Angel ratificando la fuerza de ese amor
(¡quién le iba a decir a Spike dos o tres temporadas después cuánto tendría que
lamentarlo!), Spike aparece como un desecho: borracho, vulnerable, abandonado,
solitario... Intenta buscar un sentido a su no-vida y al final comprende varias
cosas: unas positivas (como asumir que los conjuros no valen lo que la decisión
de tomar el timón de la propia existencia; o comprender con una claridad
meridiana su propia esencia: “Soy un esclavo del amor, pero lo suficiente hombre
para admitirlo”) y otra... no tanto: la decisión de recuperar a Dru con las
armas que sabe eficaces con ella: el sufrimiento y la fuerza. En este episodio
Spike persiste en su naturaleza malvada, pero también vuelve a actuar como un
vampiro atípico: enrola en su bando por la fuerza a la cazadora y a sus amigos (Willow)
para que favorezcan sus propósitos, desiste de hacerles daño, mientras lucha
junto a ellos contra otros vampiros y al final, en un alarde de su lucidez e
inteligencia habituales, opta por emprender un camino nuevo después de darles a
todos una lección sobre la vida, el amor, la pasión y la lucha por la
existencia. (Tan vibrante que, al parecer, fue este parlamento final el que
decidió a los productores a incorporar a James Marsters como habitual de la
serie)
La cuarta temporada establece un claro antes y después para Spike. Por la fuerza
y muy a su pesar, La Iniciativa lo convierte en un ser indefenso, incapacitado
para hacer lo que se supone que su naturaleza le empuja a hacer. Al limarle los
colmillos, es menos vampiro. Cambia, pues, de status y deja de ser enemigo
temible para convertirse en personaje cómico. Su “castración” como vampiro,
tiene, con todo, otro aspecto positivo: supone un avance en la asimilación del
“malvado” por la sociedad humana: si nos reímos con él, se difuminan sus aristas
más agresivas. Si no puede hacer daño, se le puede tolerar en el sótano de
Xander mientras no moleste demasiado. Inofensivo, maniatado y teniendo que
ingerir con una pajita su ración de hemoglobina de la taza con el humillante
lema “Besa al bibliotecario”, no es raro que se sitúe al borde del suicidio. Tan
desesperado como el propio Giles, que no sabe qué hacer para quitarse de encima
al “huésped no deseado” en las escasas ocasiones en que su casa puede ser
escenario de una cita galante. Esta situación también marca otro punto de no
retorno. Es imposible caer más bajo. Atrincherado en su ironía, la única defensa
que le queda, Spike pone de manifiesto las incongruencias humanas, pero sobre
todo, refleja su impotencia para el mal. Ha quedado tachado como objetivo a
batir. Aunque no le guste, aunque avise a quien quiera oírle que los odia a
todos y que si no puede hacerles daño, al menos puede buscar a alguien a quien
encomendar la tarea, aunque se emplee a fondo en herirles dedicándoles su más
exquisito sarcasmo, muy a su pesar, ha pasado a engrosar las filas de los
scoobies. La degradación del vampiro continúa paulatina pero imparable.
Y llega la quinta temporada y un nuevo cataclismo –el más terrible- se abate
sobre nuestro zarandeado vampiro: Spike se enamora. Otra vez, pero en esta
ocasión de forma mucho más irreparable y definitiva. Siempre ha estado bailando
con las cazadoras, siempre se ha sabido un esclavo del amor,... pero lo anterior
son meros escarceos de adolescente antes de la aparición deslumbrante, cegadora,
de un sentimiento que todo lo arrasa. En Spike amor y muerte se entrelazan, por
eso se entrelazan también en su historia pasada los amores anteriores (Cecily,
Dru) y las cazadoras abatidas. Con Buffy, las dos líneas confluyen y culminan.
Las cazadoras que mató en el pasado eran figuras abstractas y desconocidas: una
chica china, otra neoyorquina. Ellas le dejaron sus trofeos: la cicatriz en la
ceja, el abrigo negro. A la tercera, Buffy, no podrá vencerla. El baile se
prolongará interminable y la prenda comprometida esta vez será el corazón.
Respecto a las mujeres que amó antes, Cecily parece sólo un espejismo, la
fascinación momentánea por alguien que ni siquiera se merece el dolor que causa.
Drusilla es otra historia, una historia que, desde sus orígenes, “apestaba a
humanidad”. Entre ellos los sentimientos siempre han sido muy fuertes. Por eso
tiene tanta relevancia la opción que Spike hace en Crush (Spike
enamorado) cuando quiere expresar su amor a Buffy encadenando a Drusilla, su
antigua amante. Como declaración amorosa hay que reconocer que es muy “peculiar”
y resulta totalmente justificable que Buffy le mande a paseo, pero la escena
demuestra que Spike, por Buffy, está dispuesto a renegar de lo más amado de su
pasado vampírico. Otro paso más en su deserción del lado oscuro.
El regreso de Dru nos ha dejado también antes otra escena muy interesante.
Siempre intentando mantenerlo en su bando y como Spike no puede atacar a
humanos, Dru lo lleva de caza al Bronze. Con la eficacia de una leona que busca
comida también para su macho, abate dos presas y le entrega la chica para que
sacie su hambre. Hay un primer plano del rostro de Spike, sosteniendo en sus
brazos el cadáver que Dru le ha lanzado casi por sorpresa. Durante un momento no
sabemos qué va a hacer. Seguramente ni siquiera lo sabe él. Valora la situación
y tarda en decidir. ¿Por qué? No hay ningún peligro; después de meses de
abstinencia puede volver a disfrutar de sangre fresca. Pero Spike vacila. ¿Está
ya tan domesticado que ha perdido sus instintos más primigenios? ¿O, de alguna
manera, entiende que no debe hacerlo? (En realidad, sólo va a alimentarse; no ha
sido él quien ha matado). Finalmente, quizás impulsado por la mirada acuciante
de Dru, muerde el cuello aún cálido de la muchacha. No importa tanto el
resultado (era seguramente inevitable), sino esos segundos previos: la
vacilación, el cuestionarse la actuación “natural” de un vampiro. Si empiezas a
hacerte ese tipo de preguntas, Spike, estás perdido. Mira cómo acabó Angel
después de la dieta de roedores.
En la sexta temporada, todas las cosas se complican. Para todos los personajes
es difícil caminar en la oscuridad que parece adueñarse de estos episodios, y
Spike no es, desde luego, una excepción. Si al final de la quinta se había
ganado la dignidad y el respeto de Buffy, en la sexta, los perderá. Avanza a
ciegas, tropezando constantemente entre su orgullo y su lujuria y con retrocesos
lamentables que llevarán a la inevitable ruptura de una relación imposible. Con
todo, cuando Buffy le abandona, mientras se aleja sin ni siquiera mirarle, le
llama William. Creo que es su forma de reconocer en él algo diferente al puro
vampiro Spike. Buffy sabe que William ya no existe. Eso dicen las teorías
oficiales. Sólo queda su cuerpo habitado por un demonio, pero... ese demonio le
ha hecho sentir como ningún hombre ha conseguido nunca. Y ese demonio siente un
dolor inmenso al ser abandonado. Buffy lo sabe.
Y paradójicamente el paso definitivo en la desvampirización creo que está en el
intento de violación a Buffy.
No vamos a discutir ahora la reprobación que merece ese acto inaceptable.
Sólo quiero llamar la atención sobre los instantes finales de la escena: el
primer plano aterrorizado de Spike. Un vampiro no tendría por qué lamentar nada.
Quizás ni siquiera un vampiro enamorado. Toda la historia de su relación ha sido
un cúmulo de violencias, abusos, encontronazos, ofensas, insultos y golpes... “e
la nave iba”, pero en esa escena, aparte de por la gravedad del hecho, hay otro
cambio fundamental (¿otra condenada revelación?). Ese primer plano demuestra que
en Spike se ha despertado la conciencia del mal, la conciencia de lo irreparable
y, sobre todo, la conciencia propia. “¿Qué he estado a punto de hacer?”- parece
preguntarse aterrado.
Esa imagen es muy semejante a la de la duda antes de hincarle el colmillo a la
chica ofrecida por Dru, pero mucho más definitiva. Ahora Spike renuncia a seguir
el camino del vampiro. Vale que porque finalmente la cazadora se lo ha quitado
de encima, pero podría haber seguido intentándolo en el ofuscamiento del
instante, y sobre todo, los golpes de Buffy no explican el horror de sí mismo
que se trasluce en su mirada. A partir de ahí, Spike sabe que ese camino no
tiene salida.
Cuando Spike arranca su moto en la noche, lanza su cigarrillo y promete a “esa
zorra” que volverá, desde luego predomina en su interior el rencor, el
resentimiento, la necesidad de calmar el escozor de la herida. Pero sobre todo
es una toma de decisión. Spike es plenamente consciente de que su largo tránsito
entre dos extremos irreconciliables (no puede ser un monstruo, no es un hombre)
no puede prolongarse. Parece que él ha decidido inclinarse a recuperar su
naturaleza y hacer lo que siempre había hecho: volver a la oscuridad, librarse
del maldito chip y regresar libre para hacer su voluntad.
Pero seguramente no sabe hasta qué punto es eso exacto. Porque exactamente se
trata de eso: de “su voluntad”, “su deseo”. Sólo que quizás no coincide con lo
que él piensa. Los deseos siempre son más profundos que los pensamientos o las
palabras. A veces ni siquiera somos conscientes de ellos. ¿Recordáis lo que
Spike le dice al demonio de la cueva? No le pide poder, ni venganza, ni
reparación. No. Le pide: “¿Me darás lo que deseo?” Y el demonio accede: le
concede su alma. En los cuentos, los deseos siempre se cumplen, a veces de una
manera cruel.
Ese desenlace nos hace comprender que lo que realmente quería Spike, incluso sin
ser del todo consciente de ello, era el alma. Y lo que ello supone: consciencia
y conciencia, algo que por otra parte siempre ha estado agazapado en su
interior. Arrinconar al monstruo, ser hombre. El héroe ha completado su viaje.
A partir de ahí queda la séptima.